HÉCTOR ZULETA Y ADANÍES DÍAZ, EXONERADOS DEL EXAMEN FINAL.

Por JESÚS VIDES

Siempre fueron mis artistas preferidos. Eso me ocasionó innumerables e inmensas disputas en mi adolescencia con los Oñatistas, Diomedistas, Binomistas, Betistas, etc., y todos los “istas” del momento, incluso con toda clase de improperios e irnos a veces a las trompadas donde hice célebre una de mis frases: «Es que tú no quieres entender». Esas interminables discusiones siempre terminaban en nada y la hermandad se imponía y todo volvía a su cauce. Así eran de sanas esas épocas.

Empecemos con Héctor. Tal vez iba a ser el acordeonero más grande de la historia de la música vallenata, eso nunca lo sabremos. Murió trágicamente con escasos 21 añitos. Pero su historia empezó muy temprano levantando la bandera de su padre el viejo Emiliano Zuleta Baquero. Sus canciones como compositor son inolvidables. “Me deja el avión” (Diomedes Díaz y Debe López), “Vendo el alma” (Diomedes Díaz y Juancho Rois), “Penas de un soldado” (Diomedes Díaz y Colacho Mendoza), “A mano dura” (Binomio de Oro), “El cantor triunfante” (Los Betos), “Flor de mayo” (Jorge Oñate y Chiche Martínez), “Remordimiento”, “Injusticia” (Héctor Zuleta y Adaníes Díaz), solo por mencionar algunas. ¿Cómo se podría explicar que a pesar de ser prácticamente un niño todas sus canciones son exitosas y unos verdaderos clásicos de la música vallenata? Creo saberlo: solo los genios lo pueden lograr y Héctor Zuleta era un verdadero genio.

Rafael Manjarrez, el inigualable compositor guajiro, escribió en su majestuoso himno del Festival Vallenato “Ausencia sentimental” algo que debe ser obligatorio para los cultores de la música vallenata:

Pero yo vuelvo al Valle, voy a Hurtado y me encuentro con todos,

y voy a Jardines del Ecce Homo, quiero a Héctor visitar

Todos debemos ir a su tumba a rendirle nuestros respetos, a honrar su memoria, a expresarle nuestra gratitud. Prometo en mi próxima visita a Valledupar ir a visitarlo. Es una deuda que tengo. No puedo seguir siendo tan ingrato.

También el maestro Juan Segundo Lagos lo dijo sabiamente en su canción “El Difunto Trovador”, grabada por sus hermanos, Los Zuleta, Poncho y Emiliano. Una desgarradora y dolorosa canción.

“El pueblo orgulloso contento con su Lira decía satisfecho, al fin llegó el mejor

Y no era mentira el era la esperanza del folclor…

Nadie ha superado a Héctor, nadie ha tenido el talento del Difunto Trovador…

Porque el vallenato sueña que ojalá volviera Héctor…”

Más claro pa’ donde…

Escucharlo como acordeonero es una experiencia casi religiosa. Hace poco escuché un casete donde en una caseta Héctor Zuleta Díaz me hizo sentir que el acordeón parecía como si le quedara pequeño, como que necesitaba que debería tener un teclado adicional, sentí que el acordeón le pedía perdón, y hasta gritaba auxilio ante la exigencia divina del genio, los “piques” eran tan exigentes, con tanta fuerza, tan precisos, tan rápidos, tan salvajes, tan violentos, tan perfectos, que hacía la rutina completa, se devolvía por diferentes recovecos y cuando parecía que iba a terminar empezaba de nuevo, una y otra vez y yo sentía que Héctor estaba desesperado como diciendo: «¡Nojoda, ya no encuentro más nada que hacer, este aparato debería tener más hileras, más botones, carajo!». Los invito a que escuchen con los ojos cerrados, “Pico y Espuela”, en la que parece de verdad un gallo fino peleando en una gallera, y créanme que esa fue una de las canciones que escuché en vivo y hace el triple de lo que hizo en la grabación y más rápido. Bárbaro, salvaje, monstruoso, excepcional, llámenlo como quieran, no encuentro palabras para describirlo. Su digitación extraordinaria, armónica, rápida y contundente, piques y repiques de “Juana”, “Sielva María”, “La socolita”, “El desquite”, “La campesinita”, “No me consuela nadie”, “Nostalgia” (aquí Héctor siguió tocando y tocando y tuvieron que ir apagando la canción), supongo que siguió tocando derecho hasta el otro día hasta que alguien se compadeció y le hizo parar. Podría seguir enumerando más canciones pero mis escritos siempre son largos. Sus arreglos en las canciones románticas son sublimes, sentimentales, amorosos, enamoradores, de otra dimensión, sus doblajes con dos acordeones (uno no era suficiente) mostraban una creatividad desbordante, avasalladora, magistral, era un acordeón diferente, novedoso y pensar que no había cumplido 22 años. ¿El mejor? Nunca lo sabremos, fue una “Estrella fugaz” que Dios Padre nos regaló por un ratico, como diciendo: «Vean lo bello que es mi creación». La historia sigue hablando y en la escuela de Héctor Zuleta “Los alumnos siempre llegan a imitar las notas de él…” lo dijo el poeta. Héctor vivió como su homónimo héroe de La Ilíada, una vida rápida, veloz, iba a mil por hora, como un rayo, una exhalación. Homero nos cuenta que Aquiles venció a Héctor. Aquí el Aquiles de la violencia de nuestra amada patria venció a nuestro héroe, nuestro Héctor. Los dos quedaron en la historia con letras de oro.

Vamos con Adaníes. No encuentro por donde empezar. Es mi cantante vallenato preferido de todos los tiempos. Arrancó ocupando el primer lugar como Mejor voz en el Festival del Dividivi en Riohacha, eso no es cualquier cosa. Su prodigiosa y portentosa voz es un caso muy difícil de encontrar. Sus primeros discos al lado del gran Ismael Rudas apenas rozaron mi juventud. Pero cuando se unió a Héctor Zuleta explotó en mi alma un romance musical en el cual siempre he sido fiel. Pocas veces se unen dos genios. Es como si jugaran en el mismo equipo Pelé y Maradona, Michael Jordan y Kobe Bryant o si tocaran en la misma orquesta Mozart y Beethoven en sus debidas proporciones. Son Lennon y McCartney. Eso fueron. Faltó tiempo. Solo grabaron tres álbumes. Imagina que te dan la prueba en la mejor pastelería del mundo y te dicen: «Ya vamos a cerrar, vuelva mañana». La diferencia es que no hubo mañana, quedamos con hambre. Los dos partieron casi juntos con escasos meses de diferencia, es como si Adaníes Díaz no hubiese soportado quedarse solo y le siguiera los pasos a su inolvidable compañero. Se fueron sin decir adiós. Ojalá sigan juntos.

Al igual que su compañero de fórmula con el acordeón, pareciera que tenía ‘demasiada’ garganta, por lo menos fue mi impresión cuando escuché “El desquite”, donde a pesar de tener al gran Jairo Serrano en los coros prefiere hacerlos él. En “El aviso” que es a dos voces, ambas las hace de arriba a abajo Adaníes, algo inusual en nuestro folclor, con eso nos demostró su educación musical, su afinación sin par y su claridad conceptual para hacer voces y bien hechas. Sus interpretaciones de “Estrella fugaz”, “El torero”, “Remordimiento”, El cobarde del pueblo”, “Injusticia”, “Bendita duda” (es mi versión preferida por supuesto), “La revancha”, “Pena y dolor”, “Yolanda”, “Problema tuyo”, “Romance de San Andrés” y por qué no la exitosísima “Marianita” que le dio la vuelta al mundo. En fin, hay que escuchar toda su obra. Para rematar era sobrino del maravilloso Leandro Díaz.

Hay una historia que no puedo confirmar, no se si sea cierta, pero me la contaron y se las transmito. Me cuentan que una vez el grandioso Diomedes Díaz le dijo a Adaníes: «Yo a ti te tengo miedo, yo contigo no canto». Si eso fue cierto (y yo lo creo), no es más que el respeto y el reconocimiento que le hacía “El Cacique” a su maestro, Adaníes Díaz “El Príncipe Guajiro”, porque algunos dicen que tomó cosas de él. Dejo constancia que Diomedes Díaz en tarima nunca le temió ni se le arrugó a nadie y siempre se midió con los más grandes. Quiero creer que fue cierto. Me gusta esa historia.

Otra faceta del gran Adaníes Díaz Brito fue su generosidad. Una vez su sobrino, mi hermano del alma y compositor sin par Romualdo Brito, a quien yo resolví llamar “El Compositor de compositores” me confesó: «Cuando mi tío vivía, en nuestra familia había abundancia, él nos proveía de todo, era una época maravillosa, cuando murió llegó el verano y las necesidades volvieron. Afortunadamente pude honrar su memoria y salir adelante con mis canciones. Creo que mi éxito es una bendición que mi tío me envió desde el cielo». Hizo algunas composiciones, pero una me hizo llorar, “Mi tierra y mis canciones” evoca al cantor que soñó y se siente agradecido que sus cantos sean de toda su Guajira y su voz se escucha en mil caminos. Altivo pregonero de su casta, guajiro ciento por ciento, el rey en las parrandas. Pide redención para su pueblo. Que sus tesoros son sus hijos y su Claribel querida, su “Cayi” de su alma. Que se siente orgulloso de ser indio, al fin y al cabo. Me conmueve y me lleno de sentimiento cada que la escucho.

Estuve a punto de conocer a Héctor y a Adaníes. A escasos metros. Cuando yo era un muchachito fueron a tocar una caseta en mi pueblo, La Jagua de Ibirico (Cesar). Digo que a escasos metros porque llegaron temprano, en horas de la tarde a parrandear a la casa del adinerado Carlos Arzuaga. Parrandearon en el patio. Pasé por la parte de atrás y escuché algo de la parranda, pero no pude entrar ni ver nada. Mi amigo de infancia Alirio “Yiyo” Aguas me contó algunos detalles porque a pesar de ser muy joven le dejaron tocar la caja en algunas canciones. Me dijo:

«Jesu, ¿tú has visto a un toro cantar?

-Nojoda, Yiyo, nunca, ¿por qué?

-Eso es Adaníes. Imagínate, cantó toda la tarde en el patio de Carlos Arzuaga, en unos tonos altísimos, sin micrófono y tomando Whisky, gritando, echando chistes y después se fue pa’ la caseta a cantar 5 tandas como si nada. Ese tipo es un animal. Como tiene el cuello grueso me parecía que estuviera cantando un toro. Y de Héctor el acordeonero ni te cuento, parecía un loco, quería desbaratar ese acordeón, desaforado, como si quisiera exprimirlo, pero no peló ni una nota. Qué man tan teso. Esos dos manes joden a los que sea. Están hechos el uno para el otro. ¡Son extraterrestres! Marica, Jesu, te perdiste la vaina más bacana, eso no se repite. Tay jodío».

Por eso digo, a escasos metros…

Cuando estudiaba tercero de primaria en el colegio “Sagrado Corazón de Jesús” casi a final del año entraron al salón mis inolvidable profesoras y directoras Luisa Ríos y Doris Guarín, dijeron: «Hoy empiezan los exámenes finales, esperamos que hayan estudiado. Roberto Martínez Cuadro, recoja sus cosas y salga del salón. Usted está exonerado de los exámenes finales. Tiene 5 (era la nota máxima) en todas las materias. Puede irse de vacaciones, es usted un orgullo para nuestro colegio y para sus padres. Felicitaciones».

Aplaudimos, Roberto recogió sus lápices, cuadernos, libros y con una sonrisa de oreja a oreja se fue. Nos quedamos con una envidia de la buena y de la mala porque, en los días siguientes, de vez en cuando veíamos a Roberto saludarnos por la ventana con un balón en la mano pasar derecho para el campo de fútbol mientras nosotros seguíamos en el colegio que para nuestro pesar era a doble jornada, mañana y tarde.

Eso sucedió con Héctor Zuleta y Adaníes Díaz. Fueron exonerados. No necesitaron presentar los exámenes finales. Tuvieron la nota máxima, por eso recogieron sus acordeones y sus micrófonos y simplemente se fueron de vacaciones anticipadas…

(Jesús Vides)

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