JORGE OÑATE: PATRIMONIO CULTURAL

Por JESUS VIDES.

Hacía mucho rato que mi sentimiento, mi corazón y mi alma no vibraban con tanta emoción al escuchar un disco VALLENATO como el de Jorge Oñate y Álvaro López. Regresé a mi infancia, a mis raíces, a las calles de mi pueblo. Volví a saborear a Gustavo Gutiérrez, la pluma versátil del gran Rafael Manjarréz, la inigualable picaresca de Romualdo Brito, al magistral Roberto Calderón, que citando a Julio César con la célebre frase “Veni, vidi, vici» nos recuerda que Jorge Oñate, al igual que el líder romano, «Vino, vio y venció» sin duda y sin discusión alguna. También me parece reconfortante el regreso del talentoso Efrén Calderón (hermano de Roberto) o por qué no el reconocimiento al fin a la creatividad de Andrés Beleño y mi alegría inmensa al escuchar nuevamente a mi siempre admirado Juán Segundo Lagos. Sin olvidar a los otros compositores como Omar Geles, con su maravillosa autocrítica; Aurelio Nuñez, quien sigue aportando la consistencia del buen vallenato y a un silencioso Kike Araujo, que no «baja una línea». No me olvido de los acertados aportes de Robert Oñate, Eduardo Fonseca y Rolando Ochoa. En fin, ¡compositores hay! ¡Esperanza también! El Vallenato auténtico no ha muerto. El secreto creo que está en la escogencia de las canciones en primer lugar y en eso Jorge Oñate demuestra un olfato tremendo que se lo dan sus años de experiencia como tenor de mil batallas, a eso se le suma la creatividad impecable de Álvaro López en la ejecución del acordeón y un Equipo de Producción donde se ve que no hubo lugar para la improvisación. Las emociones son parte del sentimiento y una cosa es clara: «La única moneda que no se puede falsificar en el Universo es el SENTIMIENTO» y mi sentimiento me hizo destapar una pequeña botella de Old Parr que tenía en mi nevera para mi cumpleaños el próximo 24 de diciembre (por eso mis abuelas me pusieron Jesús) y sin necesidad de «contar hasta diez» como lo pide Rafa Manjarréz en su bellísima canción me dije «Aquí estoy yo» y saqué a bailar a mi mujer ayer lunes, sin que hubiera parranda ni celebración alguna aquí en mi casa, solo el sentimiento que me transmitió escuchar a Oñate, al vallenato de mis años estudiantiles, al vallenato de las interminables «peleas», cuando los Oñatistas, Diomedistas, Binomistas (de Rafa Orozco, por supuesto), Betistas, Zuletistas, Villazonistas, etc., o como en mi caso fanático a morir de Adaníes y Héctor, nos enfrascábamos en discusiones sin fin sobre cuál disco era mejor. Teníamos tanto para escoger… era una mesa servida con tantas viandas, había tanto bocatto di cardinale en nuestro folclor vallenato que hoy, en este desierto de esencia vallenata real, cuando aparece una producción discográfica como la de Jorge Oñate y Alvaro López, sentimos que en nuestra mesa sedienta llega ese vaso de agua refrescante que nos «salva la vida». ¡Gracias maestro JORGE OÑATE! Usted es nuestro Patrimonio Cultural, solo podía ser usted, era su obligación moral, le tocaba y usted lo hizo, no fue inferior al mandato que le pedía la historia como pionero de ese vallenato que no debemos dejar morir y ¡NO vamos a dejar morir porque no nos da la gana! ¡Ya la historia se lo está agradeciendo! ¿No decían los nuevos pregoneros de la música vallenata que ese vallenato, no gustaba? ¿Que este vallenato no pegaba? Quedó demostrado lo contrario. ¿Acaso Beethoven y Mozart no gustan porque son antiguos? ¡Falso! cada día son más valorados. No les creamos, las cosas buenas gustarán por los siglos de los siglos y aunque bienvenida la evolución, no echemos a la basura las buenas pinturas de nuestros Da Vincis y Miguel Ángeles vallenatos (Escalona, Leandro, Emilianos, Luis Enrique, Alejo, Tobías Enrique, Adolfo, Marín, Huertas, etc y etc…). Ya aparecen llamados como el de Juan Mario de la Espriella quien dice:(sic) «Oñate puso la plana… allá si nosotros por orgullo, ambición y terquedad seguimos insistiendo en dañar el vallenato…».

P.D: Y a los que empiezan a decir medio en serio y medio en broma que en estas navidades Jorge Oñate nos «jodió» el bolsillo, les puedo decir que es verdad. ¡Qué plata tan bien gastada por culpa de Oñate!

(Jesús Vides).

Publicado el 15 de Mayo de 2018

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JESU, EN ESTE PUEBLO NO HAY LADRONES

Para mi hija Lorena, que por esa época tenía 15 años, los días más hermosos siempre han sido los días de la FILBO o Feria Internacional del Libro de Bogotá, ya que a pesar de su corta edad es una devoradora de libros impresionante, tanto así que siempre prefiere que le regalen libros a cualquier otra cosa. Su programa preferido es ir a las bibliotecas, a leer, tocar, palpar y hasta oler los libros con una devoción casi fanática. Por eso, ese día miércoles de la feria, nos fuimos mi esposa, mi hija y yo con toda la alegría y la expectativa ya que para nuestro gusto esta feria iba a ser en homenaje a Macondo la tierra de García Márquez, nuestro país. Recorrimos los estantes, compramos algunos libros, entre ellos uno sobre García Márquez, escuchamos algo de Jazz con un estupendo grupo del cual no recuerdo su nombre, hasta que por fin decidimos entrar a Macondo… allí estaba… El pabellón de Macondo nos recibió de la mejor manera. Nos recibió con la voz del propio Nobel de Literatura narrando “Cien años de soledad”. Nadie como él para leerla en voz alta, con una voz que no tiene comparación como una vez le oí decir a Gloria Valencia de Castaño. Tenía razón, nunca oí una vocalización igual, perfecta, con el tono preciso, inigualable. Fuimos al “Cuarto de Melquíadez” y nos sumergimos en el pequeño universo del viejo alquimista. Después en la tiendecita de Macondo, comimos bolas de plátano maduro con leche de coco y cangrejo por dentro, una exquisitez que solo lo da el caribe, las repetimos una y otra y otra vez. Vimos la grandiosa mata de plátano con sus racimos que nos transportó a la zona bananera, pasamos por la gallera donde estaban presentando un obra de teatro personificando al propio García Márquez, lamentablemente no pudimos entrar porque estaba repleta. Escuchamos en unos audífonos gigantes obras relatadas por diferentes autores, de todas las nacionalidades y en todos los idiomas. ¡Qué sueño tan fantástico, qué viaje increíble! Recorrimos las vitrinas, los apuntes, revistas, manuscritos, notas, fotografías, autógrafos, mapas, etc., todo referente a la magia de nuestro más grande escritor, el colombiano más universal de todos los tiempos. Fuimos mirando las diferentes ediciones de Cien años de soledad en diferentes dialectos y en casi todos los idiomas que se encontraban en las vitrinas, una magia total, hasta que por fin… allí estaba, la única, la original. La primera edición… Siempre pensé que me produciría un impacto el verla y así fue. Me parecía increíble que estuviera frente a la obra original que dio a conocer la grandeza de nuestro Nobel. No lo podía creer. Ese libro era la primera edición de Cien años de soledad, la que unos editores argentinos con un olfato de otra dimensión concibieron porque creyeron en García Márquez cuando medio mundo ¡le dijo que no! Cuando casi no pudo ni enviarla por correo porque no tenía plata para el envío. Estábamos frente al bebé que dio origen a uno de los escritores más grandes de todos los tiempos. Un verdadero monstruo de las letras. Estábamos petrificados, paralizados. Un momento irrepetible, hubiésemos dado cualquier cosa por tocarla, pero una sólida y hermética urna de cristal lo impedía, así que nos conformamos con mirarla y mirarla, una y otra y otra vez. ¡¡¡El libro más vendido en la historia después de la Biblia!!! ¡Por Dios! Fue una experiencia maravillosa. Una conexión casi espiritual. Después de recorrer y recorrer la feria, adentrarnos en ese mundo del verdadero realismo mágico de nuestro premio Nobel de Literatura, extenuados pero satisfechos, partimos con la sensación de que nos hubiese gustado que la noche no llegase tan pronto. Días después, el domingo siguiente para ser más preciso, en horas de la noche, entra mi pequeña hija a mi habitación con una cara de desconsuelo y lágrimas corriendo por sus mejillas y me paré como un resorte: -¿Qué pasó? -¡Se la robaron Pá, se la robaron! -¿Qué cosa? -¡¡¡Se robaron el libro!!! Se refería a la invaluable primera edición de Cien años de Soledad de la FILBO. ¡No lo podíamos creer! Estábamos conmocionados. La abracé, la consolé y nos pusimos a ver alarmados y compungidos las noticias. Efectivamente, hablaban los organizadores de la feria, el alcalde, los analistas, escritores y por supuesto los comandantes de la policía con su característica frase: “Estamos tras la pista de los delincuentes, ya tenemos algunas evidencias y pronto los capturaremos”. Hasta que casi caigo del dolor cuando vi al propietario. Su impotencia, su melancolía, su nostalgia, su tristeza inconmensurable. Su mirada me partió el alma. No entendía porque pasaba eso. Él solo quiso engalanar la feria prestando su más valioso tesoro firmado por el propio García Márquez, “Para Álvaro Castillo, el librovejero, como ayer y como siempre. Su amigo, Gabriel”. Empecé en silencio mi reflexión. ¿Por qué pasan estas cosas en Colombia? ¿Qué sucede con ésta sociedad donde no se respeta ni siquiera un tesoro de la cultura? ¿En qué momento perdimos el rumbo? ¿Qué futuro nos espera cuando nuestros niños son impactados con noticias de este tipo? ¿Qué tendremos que hacer como país para solucionar esto? ¿Hay salidas? Espero que sí. Como amante de las artes sentí que la esperanza se había perdido y una cosa es clara: “El que pierde la esperanza lo ha perdido todo”. En la imaginación de García Márquez, su realismo mágico lo llevó a escribir algo que parecía inverosímil. Escribió un cuento que narraba la historia de un pequeño y lejano pueblo donde la única diversión era un viejo billar donde todas las noches se reunía toda la gente en torno a su mesa, hasta que se robaron las bolas del billar, dejando al pueblo sin su única alegría y sumido en la más profunda de las depresiones, casi matándolos de la tristeza, algo que parecía poco menos que fantástico pero que a la luz de lo que hoy acababa de pasar nos dimos cuenta que Macondo es real, que existe, que si pasan esas cosas, que no son producto de la inventiva ni de una prodigiosa pluma por muy increíbles que parezcan. Estábamos desconsolados, melancólicos, sentíamos que habíamos perdido a un familiar muy querido, casi rayábamos en el luto, sin exagerar. No lo podíamos creer. Así de simple. En el cuento, el ladrón se arrepiente y días después trata de regresar las bolas de billar y es apresado. ¿Será que algo tan fantástico podría pasar en la vida real? Días después en éste mismo Macondo, país que tiene una policía por supuesto macondiana, policía de novela mágica, donde repito: “Siempre están tras la pista…”, rescató no sabemos cómo, la obra robada, la joya de la literatura que al parecer iba a ser negociada por $120.000.000 de pesos. Para nuestra inmensa alegría pudimos ver otra vez en los noticieros al propietario de tan preciado libro casi llorando pero esta vez de la emoción, con la cara de alegría más grande que se puedan imaginar, dando gracias a Dios, a Gabo, a las autoridades, al alcalde, al señor de los milagros, a la virgen y diciendo que la iba a donar a la Biblioteca Nacional. ¿Qué diría García Márquez? A lo mejor con su característica chispa genial me respondería: -Tranquilo. En este pueblo no hay ladrones. (Jesús Vides).

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JULIO MORILLO: cuando los ángeles cantan

Este es uno de los tantos casos en que la historia de la música vallenata está en deuda. El maestro Julio Morillo nos enseñó a cantar y cuando digo a cantar es a cantar de verdad. Los que de una u otra manera estamos en la música sabemos que oir a Julio Morillo en los más de 300 discos en los que ha participado como corista, haciendo voces en la música vallenata que antes de él no habíamos oído porque no existían, y no existían porque nacieron a partir de él. Él lo inventó, él fue su creador. Antes de Julio Morillo las voces de los coros vallenatos no se grababan así. Solo nosotros sabemos cuánto nos enseñó, cuánto le debemos en la formación de nuestro oído musical. Gracias Maestro. En mi caso particular recuerdo con mis amigos de infancia en La Jagua de Ibirico, escuchando los primeros discos de Diomedes Díaz y los de Jorge Oñate con Juancho Rois y los muchos más que siguieron de otros artistas, esperábamos los coros de Julito y tratábamos de hacer esas voces maravillosas, eternas, mágicas, sublimes, casi celestiales. Nos poníamos una mano en el oído a manera de retorno porque lo veíamos a él en las casetas haciendo eso, lo imitábamos, competíamos para ver quién lo hacía mejor, quién se parecía más a Julio Morillo. Los más adelantados musicalmente nos olvidábamos de la voz líder del disco, de las primeras voces, del acordeón, nos olvidábamos de todo, queríamos escuchar las diferentes voces que hacía Julio. No era fácil, ese don lo traen pocos y cada vez los retos eran más difíciles, cada nuevo disco nos sorprendía con algo extraordinario. Julio Morillo nos dijo sin decirlo: “Así se hacen los coros”. Las diferentes variantes melódicas y “caídas” de sus segundas, terceras o sus sextas voces siempre fueron insospechadas, innovadoras, increíbles. Yo era como un niño entrando en una juguetería, en una dulcería, no sabía cuál voz escoger, todas las quería para mí. Yo era Julio y me sentía orgulloso. Confieso que caí rendido a sus pies cuando escuché «El gavilán mayor», “Fantasía”, “Mi casa risueña”, “El romancero” (Para mí el coro más lindo del vallenato, que grabó al lado de la también inigualable primera voz de Jairo Serrano), son cientos de canciones para un larguísimo etc. Casi enloquezco en esa época intentando hacer la voz de Julio Morillo en la canción “Hoy más que ayer”. etc. Todavía al escuchar algunos de sus coros memorables me pregunto: ¡Por Dios! ¿Cómo hizo? Es que hoy en día es fácil, casi todo el mundo tiene acceso a conservatorios, academias y escuelas de música, hasta por internet puedes aprender a solfear, pero es que Julio Morillo lo trajo en el corazón, en las venas, en la sangre, está en su ADN. Es el Pionero. El Maestro. Estoy seguro que enseñó a muchos cantantes a cantar. Nunca lo ha dicho, pero por mi experiencia como Productor Musical sé que es así, no se necesita ser adivino para saberlo. También investigué algo sobre él y hay otra faceta que el mundo musical, la historia vallenata desconoce o no le ha dado la gana de reconocer: Su faceta como Productor Musical. Julio Morillo ha sido el primer y más grande Productor Musical que ha tenido la música vallenata. Óigase bien: Julio Morillo dirigió musicalmente y produjo musicalmente muchos de esos discos vallenatos antológicos e irrepetibles que cimentaron la historia de nuestra música. Diomedes Díaz, refiriéndose a su disco “La Locura”, que grabó con Juancho Rois, en uno de los versos de su bella canción “Mi Vida Musical” dice: ”A mí todavía me dicen que es el mejor”. Y yo le digo a la historia: Ese disco, el que dicen que fue el mejor de Diomedes Díaz, lo dirigió Julio Morillo. Pero desafortunadamente no aparecía en los créditos y me atrevo a asegurar que no obtenía tampoco remuneración económica alguna como Productor Musical, porque eran épocas que nadie sabía que eran un Crédito Musical. Ingenuidad e ignorancia puramente provinciana que además siempre fue aprovechada por los directivos de las diferentes disqueras para aparecer ellos y terminaron haciéndose famosos a raíz del trabajo silencioso, maravilloso y enorme de Julio Morillo. Entonces conocimos “Directores Artísticos y Musicales” como Rafael Mejía, Humberto Vesga, Gabriel Muñoz, Alfonso Abril, Fernando López, etc., quedándose tal vez sin mala intención con los créditos del trabajo del verdadero Productor Musical y Director Musical, Julio Morillo. Estos “Directores” apenas y de vez en cuando asomaban sus caras por los Estudios de Grabación. Julio les entregaba el trabajo hecho. Nadie me lo ha dicho, pero soy Productor Musical y sé cómo funciona esto. Pueden analizar que hoy en día el Crédito de Productor Musical se respeta y ninguno de estos señores aparece como tal. No desconozco y esto que quede bien claro, que son muy buenos Productores Ejecutivos. Pero la Producción Musical es otra cosa. Por eso rindo este pequeñísimo homenaje al MAESTRO, con letras grandes y en mayúsculas, JULIO MORILLO. Algún día la historia le reconocerá el inmenso aporte que le dio a la música vallenata, algún día le enseñaremos a las nuevas generaciones el aporte de un PIONERO, en los Coros, en la formación de cantantes y en la Dirección y Producción Musical, llamado Julio Morillo, quien sembró valiosísimas semillas de mucho de lo que hoy se hace en materia de vallenato. Por eso cuando los nuevos talentos en materia de canto me preguntan sobre algún referente para seguir aprendiendo, les digo: «Si quieren aprender a cantar y a hacer voces escuchen a The Beatles y busquen a Julio Morillo en los coros de los discos vallenatos más importantes, cuando dominen eso, ya aprendieron». El maestro Julio es una persona de carácter humilde, ya que si no lo fuera hace rato hubiese hecho alarde de todo lo que hizo y le aportó a los más grandes cantantes del folclor vallenato. Espero pues que los dirigentes de nuestra tierra vallenata pongan a Julio Morillo en el sitial que se merece. Su obra es palpable, ahí están los discos como evidencia donde brilla su inconfundible voz y su impecable y exitosa Dirección Musical. Particularmente uno de mis sueños como músico de mil batallas es escucharlo y a lo mejor tener una tertulia para exprimirle algo de ese conocimiento y talento natural que solo pudo traer del cielo. Espero algún día lograrlo. Julio Morillo, el más grande en su oficio, no tengo la menor duda. Mis respetos MAESTRO. Su voz nos enamoró y nos sigue enamorando, cuando en mi casa acá en Bogotá, lejos de mi amada tierra cesarence, escucho lo que muchos tal vez no oyen… su inigualable talento. Cuando usted con esa voz de ángel y esa magia da una «Serenata» y le dice a la vida: “Buenas noches mi amor, aquí está tu enamorado”. (Jesús Vides).

JUANCHO ROIS: ACARICIANDO EL ACORDEÓN…

Muy pocos acordeoneros en nuestra música vallenata han dejado un legado, una huella imborrable tan inmensa, como la que nos dejó Juancho Rois.

Muchos años después miles de acordeoneros en todo el mundo tratan de imitarlo, repitiendo y repitiendo, tocando y tocando sin cesar sus cientos de notas, que nosotros llamamos «pases». Su creatividad parecía no tener límites, era una fuente inagotable, algo nunca visto en mucho tiempo.

La grandeza de Juancho no era solo al ejecutar el acordeón, era la magia de su creación, lo que lo hizo inmortal. Creo que será difícil volvernos a encontrar a un arreglista en la música vallenata de su talla. Cada día que pasa valoro más su música. Los mismos acordeoneros me dicen que no se explican de dónde «sacaba tantos pases, tantas notas», sublimes, mágicas, inmortales, grandiosas.

La primera vez que escuché su primer disco que grabó con el extraordinario Juan Piña no podía creer que existiera alguien que superara a mi acordeonero preferido en el momento que era Israel Romero. Me negaba. No lo aceptaba. Lo escuchaba con detenimiento para encontrarle defectos, errores o algo para atacarlo y quedarme tranquilo con mi ídolo. Escuchaba a ese muchacho casi adolescente con rabia.

¿Este de dónde salió? ¿Quién es este tipo? Supe que era de San Juán del Cesar (Guajira) y poco a poco mi oído empezó a ceder, a caer rendido a sus pies y disco tras disco mi bienamado “Pollo Irra” fue desplazándose tranquilamente a un segundo plano sin chistar y allí se quedó para siempre.

Empezó un idilio con “Las notas de Juancho” que hasta nuestros días nadie ha podido romper, son de esos amores tan sólidos donde no hay infidelidad, traiciones ni mentiras. Donde su acordeón sabe cuánto lo amo con la gratitud de corresponderle por lo que ha llevado a mis oídos, a mi alma, a mi corazón de compositor y músico. Sé que no estoy solo. Hay millones de personas que sienten lo mismo. Que cuando escucharon “El fuete”, “El estanquillo”, en su primer disco al lado de Juan Piña y que después cuando Juancho se unió a Diomedes e hicieron “La locura” vimos que esto no era flor de un día y por algo Diomedes decía que era su mejor disco. Sentimos una puñalada en el corazón cuando se separó de Diomedes.

Son también inolvidables con Elías Rosado, «La primera piedra», «El mejoral», y así, muchos quedaron atrapados como yo.

Conocí a Juancho Rois a finales de 1978 cuando el disco “La locura” era una verdadera locura. Él junto a Diomedes fueron contratados para tocar en mi pueblo, La Jagua de Ibirico, en la caseta “Al compás de las Olas” cuya propietaria era mi tía Aura Mier. Yo era un adolescente. Para sorpresa de todos Diomedes no llegó y por una razón que desconozco Juancho fue a saludar a un par de hermosas profesoras que vivían en mi casa (María Magdalena López y Alba Vides). No entró. Eran como las 8 de la noche. Estacionó su carro, un hermoso Renault 12 azul celeste, último modelo (en La Jagua nadie tenía un carro de esos), me pareció un tipo refinado, con clase, de buen gusto (lo pude corroborar hace poco leyendo un escrito de Joaco Guillén), sacó su acordeón y recostado en el carro empezó a tocar susurrado, casi sin abrirlo, digitando para él, era la magia hecha realidad, la velocidad de sus dedos era increíble y en la lenta práctica parecía que un ángel tocaba, despacito al oído. De las experiencias musicales más inolvidables que he tenido en mi vida. Tal vez por mi corta edad, pero la verdad es que estaba a un metro de Juancho Rois, quien estaba extasiado y concentrado tocando muy suavemente su acordeón, sin bulla, sin escándalo. Solo para él y para un entrometido y curioso niño que estoy seguro Juancho no supo nunca de su existencia. Me acerqué sigiloso, sin molestar y alcancé a escuchar: “Que vaina con mi compadre. Hasta aquí llegó esto”.

Estoy seguro que se refería a Diomedes Díaz porque días después anunciaron su separación y la unión de Juancho con Jorge Oñate. No sé cuánto tiempo duró Juancho estacionado en mi casa, fueron unos minutos, tal vez media hora, no sé… pero para mí fue eterno, tanto que se quedó ese instante en mi memoria para siempre. Fue mi único contacto con Juancho Rois.

Con Oñate nos dimos cuenta que había nacido “El más grande” del acordeón en la era moderna, alguien que se atragantaba de notas y el culpable que yo traicionara a Diomedes y me volviera Oñatista por momentos, porque Juancho me volvió Oñatista. Un traidor de la causa. ¿Qué querían que hiciera? ¡Estaba escuchando “Lloraré”! Oigan bien: ¡“Lloraré”! donde el acordeón dice: “Juancho Rois, Juancho Rois”. ¡No me juzguen! ¿Acaso no lo han escuchado? como en “Dime porqué” donde uno siente que en el minuto y veinte segundos exactos que dura el intermedio de la canción, el acordeón de Juancho te lleva al Paraíso de la música vallenata, porque sí existe ese paraíso y uno de los que me lo mostró fue Juancho Rois.

Pasaron diez años, diez eternos años… en 1988 todo volvió a la normalidad. Juancho regresó con Diomedes y… “Ganó el Folclor” y como lo cita Roberto Calderón: “Un Sanjuanero diría, yo tranquilo moriría si se unen Juancho y Diomedes”. No maestro “Robe”, no solo los Sanjuaneros, yo también y como yo, millones de fanáticos. Su nueva etapa con el Cacique de la Junta fue la mejor y más exitosa de los dos. Tanto que el disco “Título de amor” es el más vendido en la historia de la música en Colombia. ¡Ojo!: el más vendido de toda la historia, en todos los géneros, en todos los ritmos, no solo en el vallenato.

Querido Juancho: Un día en mi carro, viajando solo, saque un disco al azar tuyo. Salió “El cóndor herido” y empecé a escuchar, “No era el nido”, “Dime que pasará”, “El besito” y me preguntaba: ¿Qué había en esa cabeza para generar tanta genialidad? Después saqué el álbum “Canta conmigo” y quise contabilizar tus pases y perdí rápidamente la cuenta. ¿Cuál arreglo era más bello? Saqué otro y te pregunto: ¿Qué pretendías con “Los recuerdos de ella”? ¿O con “El parquecito”? ¿O acaso “El desquite” no fue una protesta, un desquite por lo que te hicieron en el Festival Vallenato? Porque tú merecías ganar y los celos de los acordeoneros que estaban de jurados no te lo permitieron, pero yo los reto a que escuchemos los audios públicamente y ¡¡¡Con nuevo jurado!!! Tú no ganaste el Festival, pero el Festival Vallenato si perdió algo incalculable con tu injusta derrota, como perdió cuando quisieron que perdiera Luis Enrique Martínez porque no se les dio la gana de dejarlo ganar para después andar rogándole que se presentara nuevamente para enmendar el más grande de los errores en la historia junto al tuyo. El tuyo nunca fue enmendado, pero no lo necesitaste. ¡Eres el verdadero Rey! Después cambié el disco y me salió la canción que te dedicó Diomedes “Las notas de Juancho” donde “tiraste tanta nota” que ¡el cierre de la canción bien pudo ser el arreglo completo de otra canción! ¡¡Y tú lo hiciste para un final!! Porque te sobraban pases, te sobraban arreglos, te sobraba imaginación.

Con Diomedes se terminó de cimentar la escuela de Juancho Rois, la que hasta nuestros días se repite incesantemente, incluso con los acordeoneros llamados de la “nueva ola” que no son más que alumnos de Juancho Rois que como todos unos camaleones se intentan camuflar y disfrazar de múltiples maneras, pero sabemos que no se pueden librar de él, de su estilo, de su genialidad, de su creatividad y por muchas vueltas que dan siempre se nota la influencia del genio.

Una vez al referirme a la grandeza de Juancho, Franco Argüelles cuando grababa con Diomedes Díaz, en los estudios de Galy Galiano me dijo: «Juancho Rois no tocaba el acordeón… lo acariciaba».

Gracias Juancho. La historia quedó en deuda contigo, sobre todo el Festival Vallenato, pero cada día tu música se hará más grande mientras en los conciertos, toques y las parrandas, los acordeoneros profesionales y aficionados, aprendices y docentes, repitan y repitan y repitan, toquen y toquen y toquen, graben y graben y graben (disfrazados, por supuesto) tus inmortales arreglos, tus notas inmarcesibles. (Jesus Vides).

#JuanchoRois #JesusVides

El carácter de RAFAEL OROZCO

En un enero, me encontraba de vacaciones como todos los años en mi pueblo natal La Jagua de Ibirico (Cesar) y fui invitado al “Festival de la Paletilla” en el vecino Becerril (pueblo natal de Rafa) por la Orquesta “Los Cumbancheros”, quienes iban a alternar con el “Binomio de Oro” que desde que comenzaron como grupo musical fueron una sensación sin precedentes, hasta el punto que entrar a sus conciertos se convertía en una misión casi que imposible y un lujo total dada la magnitud de su éxito. Por supuesto que la invitación que me hicieron tuvieron que extendérsela a mis hermanas y a mi mujer porque todo el mundo se pegó inmediatamente dado el fenómeno del Binomio. Llegamos a la caseta y, como era de esperarse, estaba a reventar. Había lleno total. Empezamos a disfrutar la presentación del Binomio. Todas sus canciones eran éxitos. Rafael e Israel eran impresionantes, mágicos, casi irreales. Un carisma maravilloso poco antes visto. El resto del conjunto vestía de una manera que opacaba a los demás grupos, pero Rafa y «El Pollo Irra» ni se diga, parecían de otro planeta. Una de mis hermanas sabía de mi amistad con Rafa, me rogó que se lo presentara y peor me pidió que si lo podía traer hasta la mesa donde estábamos. Por supuesto que me negué porque el solo imaginarme la travesía que tenía que hacer para traer a Rafael Orozco hasta nuestra mesa era una labor titánica. Así que no me valieron sus ruegos. Pero bastó que un par de sujetos que estaban «gorriando» trago en nuestra mesa empezaran a montarla, burlándose de mi pobre hermana y con sorna decían: «Pura paja, si Jesús es amigo de Rafa entonces nosotros somos los príncipes de Inglaterra». Así que herido en mi amor propio decidí ir en busca de Rafael Orozco para traerlo a nuestra mesa. Encontré a Rafa vestido como lo solía hacer, como la estrella número uno, impecable y totalmente de negro con un hermosísimo cinturón plateado, él era el ícono de la moda en el momento, un supercantante inigualable y en la cúspide de su carrera con un éxito impresionante. Éramos amigos casuales, dada mi cercanía con José Vásquez (bajista estrella de su agrupación) y por pertenecer yo a la banda de Galy Galiano en esos momentos. Habíamos coincidido en algunas ocasiones en los mismos hoteles y alternado una que otra vez, además la primera vez que asistí a un estudio de grabación fue precisamente a una grabación del Binomio de Oro en Ingesón, Bogotá, en la calle 24, muchos años atrás cuando estaban grabando la canción “Esa” de José Vásquez. Allí nos presentó a una hermosísima mujer de cabellos cortos, su esposa Clara. Al verme en la caseta me saludó con su característica amabilidad, ya que era de ese tipo de personas que siempre tenía una sonrisa a flor de labios y le pedí que me acompañara hasta mi mesa para saludar a mis hermanas (para que pudieran chicanear, cosa que por supuesto hicieron todo el año) y también a mis amigos, que no pararon de alardear. El atravesar la caseta se convirtió en toda una expedición: codazos, empellones, empujones, abrazos, ofrecimientos de vacas, sancochos, bautizos, alaridos, besos de mujeres, ofrecimientos de tragos, etc., con Rafa sonriendo siempre, yo preocupado por su integridad y él disfrutando semejante maremágnum. Menos mal no habían celulares porque todavía estuviéramos tomándonos fotos. ¡Pero llegamos! ¡Mis hermanas no lo podían creer! Una de ellas lloró de la emoción. Los montadores se quedaron mudos, congelados. Le brindé un trago y no lo aceptó porque una de las reglas del Binomio de Oro era la de no consumir licor en las presentaciones, lo cual me pareció algo ejemplar. Me aclaró: “Yo impuse esa norma y debo dar ejemplo». Después de saludar con abrazos a todos los de mi mesa me dijo: «Acompáñame a la puerta pa’ que te rías un rato”. Fuimos hacia la puerta de la caseta, cosa que al igual que la primera travesía fue nuevamente una tormenta creo que peor, la estrella del momento era Rafa, su talento fuera de serie, el profesionalismo y hasta su forma de vestir exquisita, causaban una conmoción a su paso, así que la cantidad de abrazos, saludos, gritos de mujeres diciendo «Rafa quiero un hijo tuyo», fotos con cámaras de rollos, recados, brindadera de trago, vivas, autógrafos, políticos oportunistas, etc., se repitieron y nuevamente el recorrido fue algo insufrible para mí, casi heroico, los botones de mi camisa no sé donde quedaron. Yo preocupado con tanta agarradera y manoseo de la gente con él, pero Rafa parecía que lo disfrutaba y lo agradecía, porque nunca dejaba de sonreír. Cuando por fin pudimos llegar a la puerta de la caseta pasó algo que me conmovió y nunca he podido olvidar. En la puerta de la caseta estaba el empresario de la misma, un tipo llamado «Mañe» Cruz y había una fila de unos 50, 60 o más indios “Yukos” (su estatura no pasa los 1.30 mts) son llamados los ”pequeñitos” y viven en la Serranía del Perijá. El empresario «Mañe» anotaba en una libreta y decía: ”Hey Rafa, van tantos” y Rafa los hacía entrar a la caseta tocándoles la cabeza y contando, 19, 20, 21…(Por supuesto que el empresario anotaba el número de entradas para después cobrárselas a Rafa con el máximo valor). Lo curioso del asunto es que los Yukos, muchos tomando licor, en medio de su alegría por estar entrando a tan exclusivo espectáculo de tan importante fiesta, cada uno a su paso le gritaba a Rafa: «¡Qué viva Diomedes Díaz!» y yo por supuesto quedé en estado de shock, estaba perplejo, mirando a todo el mundo, no entendía porque los indiecitos lo llamaban y le gritaban «¡Diomedes, Diomedes!». El tipo de la caseta comprendiendo mi confusión, me dijo con impotencia y hasta con rabia: «¡Que vaina carajo, todos los años es la misma vaina con estos manes, no aprenden… para estos indios cualquier cantante vallenato se llama Diomedes Díaz!, ellos no entienden que el que les está regalando las entradas es Rafael Orozco, el rival artístico en este momento de Diomedes, pa’ los Yukos, ¡todo el que canta, sea quien sea, es Diomedes Díaz y punto!. No hay nada que hacer. Si por mí fuera no les regalaría una m….!». Rafa por supuesto seguía contando y enviándolos hacía dentro de la caseta, sin poder contener la risa, poniéndose la mano en el estómago para poder resistir, me dijo: ”Ja, ja, ja, así le paga el diablo al que bien le sirve. ¿Cómo la ves? Son mis hermanitos de aquí de Becerril. Yo los quiero mucho. Todos los años los entro gratis a la caseta y todos los años me llaman Diomedes Díaz y eso que yo soy de aquí. Pero igual todos los años me hacen reír con lo mismo. Ja, ja, ja”. «Yo creo que ellos me confunden con Diomedes por el bigote. Jajaja». No se molestó, no se ofuscó, al contrario lo disfrutó al máximo tomándolo como una diversión esperada. Yo no lo entendí en ese momento. Ahora con mi experiencia reflexiono…¡Qué generoso y entrañable era Rafael Orozco!. Años después de su adiós…solo me queda decirte: Gracias querido Rafa por enseñarme lo valiosa que es la bondad… (Jesús Vides).

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