JUANES: MÁS VALE ORIGEN QUE NUNCA.

JUANES: MÁS VALE ORIGEN QUE NUNCA.

Por JESÚS VIDES.

Recientemente escuché por accidente la canción “Sin medir distancias” que fue grabada por Diomedes Díaz, y fue incluida con una nueva versión en el último álbum de Juanes titulado “Origen”. Me atrapó.

Me sorprendió de manera increíble e inmediatamente despertó mi curiosidad. Lo escuché una y otra vez de manera aplicada y religiosa, su homenaje al Joe Arroyo con el tema “Rebelión” o meterse en la “Bilirrubina” de Juan Luis Guerra, pasando por “Nuestro juramento” de Julio Jaramillo, “Could You Be Loved” de Bob Marley, o por qué no “El amor después del amor” de Fito Páez, evocando también a Juan Gabriel con “No tengo dinero”.Las doce canciones son unos clásicos sagrados de la música de todos los tiempos y por supuesto marcaron las raíces y la infancia musical de Juanes, pero también la mía y estoy seguro que la de mucha gente.

Cómo olvidar a mis escasos seis años cuando escuché “Volver” de Carlos Gardel en una cantina de solo tangos que quedaba al lado de la casa de mis abuelos en Palmira (Valle), escuchen bien… Solo tangos. Me asomaba a pocos metros para ver a los señores que tomaban aguardiente y gritaban a todo pulmón las canciones más tristes, fúnebres y dolorosas que había escuchado en mi vida. No sabía por qué razón me daban ganas de llorar, si era por la melancolía que me producían sus letras y melodías, por contagiarme con el llanto de los borrachos evocando sus amores perdidos y sus desgracias inenarrables o por la nostalgia que sentía un niño costeño como yo tan lejos de sus padres que vivían en La Jagua de Ibirico (Cesar) y que yo sentía que estaban en el fin del mundo y no los iba a volver a ver jamás, porque el larguísimo viaje que hicimos demoró más de tres días en bus y veía imposible el calvario del regreso. Por supuesto que también hacen parte de mi infancia musical ese tipo de canciones. Gracias, Juanes.

La honestidad musical de Juanes me impactó, su versatilidad, su técnica, su interpretación personal, su calidad fuera de toda discusión y una sorprendente mezcla y masterización donde cada sonido parece estar en su lugar. Congratulaciones, Juanes, maravilloso disco, lo recomiendo para catálogo. Qué dicha cumplir un sueño. Juanes lo cumplió. Poder uno cantar las maravillosas canciones que te han marcado, que te han influenciado, que más te gustan. Invito a mis colegas, músicos, cantantes, compositores a hacer este tipo de proyectos, realizar estos sueños, asumir estos retos. Anímense y háganlo sin pretensiones y sin temor a las críticas de los puristas, los críticos siempre están al acecho, ellos se dedican solo a eso, pero no nos olvidemos que estos son proyectos personales y entre gustos no hay disgustos. Algún día haré el mío, Juanes me inspiró.

La primera vez que escuché a Juanes fue con Ekhymosis. Me pareció que su canción “La tierra” debía ser un himno universal de la paz. Luego lo perdí de vista y lo escuchaba de soslayo cuando se convirtió en solista y hacía parte de la vida diaria de mis hijas Luisa y Lorena, amantes del rock local. Veía en las noticias sus desbordantes ventas de discos, sus innumerables premios y reconocimientos en todo el mundo. Su manager, el grandioso Fernán Martínez daba entrevistas a diestra y siniestra, en todos los canales, en todos los noticieros, en todas las revistas, en todos los periódicos, en todas las emisoras de radio, de manera incansable, contando la magnificencia de los triunfos y logros de Juanes. Se escuchaba por todos lados, dentro y fuera de Colombia. Si no me equivoco debe tener records de premios Grammy. Alguna vez vi un pedazo de un concierto en vivo y pude constatar que también es un guitarrista magistral. Lamento de manera sincera no haber ido la vez que Lorena me invitó a verlo en Rock al Parque. Ahora comprendo la dicha y las caras de felicidad de ella y de su novio Alejandro cuando los recogí en el Simón Bolívar de Bogotá. Estaban casi sin voz de tanto gritar sus canciones, brincaban de alegría, qué dicha había en sus corazones, en el carro de vuelta a casa nos repitieron el concierto a todo pulmón. Ahora comprendo. Gracias, Juanes. Prometo ir en una nueva oportunidad. Confieso que sentía un orgullo patrio con este artista, pero no tenía su música. Recuerdo que por allá en los años 2000, dije sonriendo cuando escuché sus fusiones carrileras: «¡Veee, resucitó Gildardo Montoyaaa!»

Empezó una conexión eterna entre Juanes y yo en el 2019, cuando oí su canción “La plata”, un excelente vallenato-rock en su particular estilo al lado del reconocido cantante de reggaetón Lalo Ebratt, esta canción tiene más de 100 millones de reproducciones en YouTube y eso no es un dato menor. Me enamoró inmediatamente, fue una conexión inamovible e indestructible, al instante le dije a mi hija:

– Lore, pásame tu playlist de Juanes.

– Si la escuchas, esto no tendrá retorno. Ya te la envío.

Mi hija tenía razón, empezó un viaje del que no me he vuelto a desconectar. Son interminables sus éxitos, su transparencia musical no tiene límites. Desde su homenaje al género carrilero de Gildardo Montoya con “La camisa negra”, la plegaria espiritual“A Dios le pido”, el culebrerísimo “Yerbatero”, la protesta social “Fíjate bien”, la súper premiada “Mala gente”, quién no se enamora con “Me enamora”, “Es por ti” y un largo etc., etc., que se volvería muy difícil de enumerar. Para los que crean que como cantante es muy bueno solo cantando rock, los invito a escucharlo en el dúo que hizo con el inmortal y exigente Juan Gabriel en “Querida”, dejó el punto bien alto y cumplió el reto con lujo de detalles. Como Productor Musical también me le quito el sombrero. Como Autor y Compositor es un fuera de serie, he analizado cada una de sus canciones, créanme, también soy compositor.

Ahora entiendo porque el entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama y su esposa Michelle se declararon fanáticos de su música. Como lo dijo mi hija, «si lo escuchas no hay vuelta atrás».Su disco “Origen” es mi preferido, me gustan las fusiones, y de corazón les digo que me he vuelto su seguidor para siempre y desde mi alma le digo a Juanes que «Tú si tienes de Superhéroe, lo que yo tengo de Vallenato». Nunca será tarde para conocerlo. Más vale tarde que nunca…

(Jesús Vides)

LOS MAESTROS DEL CANTO Y SUS ALUMNOS EN EL VALLENATO.

LOS MAESTROS DEL CANTO Y SUS ALUMNOS EN EL VALLENATO.
Por JESÚS VIDES.

En la historia de cualquier arte, algunos son pioneros, maestros, marcan un camino, un derrotero y les siguen otros como sus alumnos o discípulos. El canto vallenato no es la excepción. Hago claridad que no pretendo sentar cátedra con este escrito ni mucho menos, solo reconocerles a algunos creadores iniciales, como su gran legado ha sembrado raíces de lujo. Esta crónica es para hablar de Cantantes Solistas vallenatos, no de Acordeoneros, solo con poquísimas excepciones.

Recuerdo en mi infancia en mi casa cuando por radio se escuchó por primera vez el disco de Beto Zabaleta con Emilio Oviedo y mi tío Aristides sin saber quiénes eran, dijo: «Poncho Zuleta está cantando raro, pero se escucha sabroso», días después se empezó a conocer que ese no era Poncho, era Beto. Estaba claro que nacía un nuevo alumno de Poncho Zuleta. Con el pasar del tiempo el estilo de Beto Zabaleta se volvió eso, un estilo que tiene miles de seguidores. Siguiendo la influencia de Poncho Zuleta también se destacan los muy buenos intérpretes, Joaco Pertuz, Luis Vence y Toba Zuleta. Hay esperanza por este lado.

Una expresión parecida le escuché a mi papá Mole Vides con Farid Ortiz: «Estoy seguro que Diomedes Díaz cantó ese disco borracho, pero tiene mucho sentimiento». Cuando el locutor anunció al nuevo cantante, mi papá se echó a reír: «Yo si decía…». Farid ha reconocido una y otra vez que imitaba y copiaba a Diomedes Díaz y que después fue creando su propio estilo y eso ocasionó que tenga innumerables imitadores. Su estilo llamado Sabanero tiene una influencia grande.
Hay que resaltar que “El Cacique” Diomedes Díaz es el artista más imitado, copiado y con más émulos en la historia del vallenato, tanto así que hasta su manera de hablar, su vestir, su caminar, sus gestos, sus dichos, frases y saludos ya son casi una religión. En cualquier rincón te sale un “Diomedes” diciéndote «Con mucho gusto», «La demora me perjudica», «No sea tan sapo, tan lambón, m… », etc. El caso más célebre es el del cantante Enaldo Barrera que se hizo llamar Diomedito, y llegó al punto de incrustarse una esmeralda en su diente para copiar lo que había hecho Diomedes con un diamante para engalanar su sonrisa. Diomedito imitó de manera tan perfecta y magistral a Diomedes, que fue llamado por el Canal de Televisión R. C. N. para que grabara todas las canciones que se escucharon en la novela sobre la vida de El Cacique. Hubo gente que nunca lo notó. También son notables las grabaciones de sus hijos Rafael Santos y Martín Elías que prolongaron los frutos del canto de Diomedes.
El Gran Martín Elías se perfilaba como el abanderado de la dinastía de su padre, lo hizo tan bien, que era todo un fenómeno de masas con millones de seguidores, no se le veía límite alguno, su alegría y carisma eran impresionantes, todo un huracán, parecía inagotable. Su muerte repentina en un fatal accidente nos privó de sus mejores años. También tiene algunos alumnos, no tan destacados lamentablemente.
Podría citar muchos más discípulos de Diomedes pero la lista sería interminable. Por aquí hay futuro.

Un amigo mío en Bogotá me dijo: «Nojoda Jorge Oñate si cantó altísimo La Golondrina de Escalona, óyelo… », se trataba de un cantante nuevo que no conocíamos. La canción no era ninguna Golondrina, se llamaba el “Arco Iris”, nunca habíamos escuchado a ese cantante, no sabíamos quién era, por eso la confusión, pero nos gustaba. Pues resultó ser nada más y nada menos que un muchacho nuevo de nombre Iván Villazón, el gran Villazón. Con motivo de la muerte de Oñate, el maestro Villazón reconoció en una nota que Jorge Oñate fue su referente. Por supuesto que ya se escuchan diferentes. Escoger el camino de Oñate es bien difícil pero Iván Villazón lo hizo con lujo de detalles. Ojalá vuelvan a nacer alumnos de Jorge Oñate, de verdad hacen falta, él es el Arca Mayor, el primer cantante solista en la historia de nuestro folclor. Merece un capítulo aparte.
Otro alumno de Oñate que vale la pena mencionar es Penchy Castro, quien ha creado una carrera con mucha dedicación.

En una parranda hubo discusiones y hasta apuestas cuando se escuchó “Tú” de Los Diablitos y todo el mundo juraba que era Rafael Orozco. Después supe que esa confusión pasó en casi todo el país. Me contaron todo tipo de anécdotas, hubo hasta peleas. Para nadie es un secreto que en sus comienzos a Los Diablitos le llamaban “El Binomito” y le abrían las casetas al Binomio de Oro. Miguel Morales copió las caídas y los dejes de Rafael Orozco, pero como sucede casi siempre, fue imponiendo después su sello propio con tanta fuerza que sus seguidores lo llaman “La Voz” y su canto lo heredaron Jesús Manuel Estrada y Alex Manga. Todo el que llegaba a Los Diablitos debía cantar como Migue, no sé si les nacía o se los imponía el líder del grupo, el maestro Omar Geles.

Cuando escuché por primera vez a Otto Serge, no pude dejar de rememorar en mi infancia los discos de vinilo que mi papá ponía de Gustavo Gutiérrez y su Concertina, inclusive el acordeón piano de Rafael Ricardo me sonaba casi igual, todos sabemos que Gustavo fue el primero en grabar acordeón piano, el tono de la voz y hasta la dicción de las eses de Otto Serge eran igualitas a las de Gustavo. Alguien me dijo que esta pareja musical viajaba a Valledupar a recibir consejos y enseñanzas del propio Gustavo Gutiérrez. Se nota muy claro esa influencia en la manera de cantar del maestro Serge.

Caso parecido fue lo que me pasó con un cantante llamado Armando Hernández que es exitoso en México y lo escuché cantando un pasebol y juraba que era el mismísimo Alfredo Gutiérrez, hasta el sonido del acordeón era casi idéntico. Este artista no es muy conocido en nuestra provincia, pero es exitosísimo en el interior del país así como internacionalmente. Cabe anotar que Alfredo ha sido bastante imitado tanto en su voz como en el acordeón pero sus alumnos se han ido perdiendo con el tiempo. No veo a nadie en estos momentos que siquiera se le acerque al Tri Rey Vallenato.

Vi a Peter Manjarrés reconocer directamente a Iván Villazón como su maestro, su guía para el canto, Peter es de los cantantes más profesionales en el vallenato, su disciplina es encomiable. Pero es claro que al crear Iván Villazón su propia escuela, trazó un camino, un legado que afortunadamente perdura en el tiempo y Peter lo siguió. Seguir el camino de “La Voz Tenor” es todo un reto. ¿Quién más se le mide?

En el nuevo Binomio de Oro creado por el magistral Israel Romero después de la partida de Rafael Orozco, sin duda alguna la estrella era Jean Carlos Centeno, tanto que después todo el que llegaba al Binomio trataba de cantar como él, tal vez era obligatorio debido al éxito sin precedentes de Jean Carlos, siendo su alumno más aventajado Junior Santiago. Cuando grabaron a duo “Niña bonita” tuve que escucharla con detenimiento para saber quién era quién. Otro de sus alumnos es Alejandro Palacio. Jean Carlos Centeno ha sido un verdadero innovador en el canto vallenato romántico. Es muy respetado entre sus propios colegas. Le reconozco su calidad y su originalidad.
Tengo que anotar que escuché por radio a Pipe Peláez diciendo que tanto él como posiblemente Jean Carlos Centeno sean alumnos de Ramiro Better, el inolvidable intérprete de la inmortal canción “Obsesión” del compositor Sergio Amaris, que rompió con todo a comienzos de los años noventa sobre todo para los que vivíamos en Bogotá, nos tocaba cantarla por donde quiera nos metíamos. Ramiro también se nos fue temprano.
Capítulo aparte para Jorge Celedón, también lo percibo de la escuela de Better, que emergió del Binomio como toda una exitosa celebridad con una impronta que hasta el momento carece de herederos. El Binomio de Oro de verdad es toda una Universidad del Vallenato.

Hace unos años, el día de la llegada a mi casa recién nacida mi hija Lorena, hice una parranda donde asistió Jairo Serrano, saqué mi colección de Héctor Zuleta con Adaníes Díaz y al escucharlos se puso muy sentimental y me dijo con lágrimas en los ojos: «Mi padre Musical es Adaníes, él me dio la primera oportunidad de grabar como corista, mi forma de cantar la tomé de Adaníes Díaz, me dicen que mi timbre se parece al de él». Se conmovió y se emocionó tanto que hasta yo me puse a llorar también. Como algo personal yo quiero citar que Adaníes Díaz es mi cantante preferido en la música vallenata.

No me puedo olvidar de Silvio Britto, la inigualable “Voz clara del vallenato”, a lo mejor por lo inigualable no le conozco un alumno digno de mencionar. Esa tarea la veo complicada. Cantar la escuela de Silvio no es fácil.

Entre las mujeres debo recordar la siembra puesta por la gran maestra Rita Fernández quién rompió con los esquemas y dio un paso gigantesco en una sociedad y en un folclor totalmente machista para su época. Pionera absoluta.
Después de un larguísimo verano, emergió como la máxima figura de la historia vallenata femenina, la grandiosa Patricia Teherán, de voz potente y afinada quien se presentaba de tú a tú con los ídolos del momento, las mujeres y los hombres la seguían de manera increíble. Llenaba a reventar los escenarios, se volvió inmortal. El destino nos la quitó temprano. Fue tanta su influencia que inmediatamente salió una gran pupila llamada Adriana Lucía, con un éxito arrollador y gran calidad musical, pero extraña y desafortunadamente para nuestro folclor cambió de género y nunca más volvió a grabar vallenato. Desconozco sus razones.
Afortunadamente han surgido nuevas cantantes vallenatas y muy buenas. Ya el tabú quedó atrás.

Hay una corriente de vallenato romántico muy importante con algunos referentes como Nelson Velásquez, Heberth Vargas y Amín Martinez.

Cantantes de vallenato grueso para destacar también están Daniel Celedón, Lucho Cuadro, Miguel Herrera, Robinson Damián, Toby Murgas, Freddy Peralta, Elías Rosado, Armando Moscote, Marcos Díaz, Poncho Cotes Jr., Arturo Durán, Ivo Díaz y un larguísimo etc. No veo en el horizonte sus alumnos y eso me duele.

Una mención especial merece Kaleth Morales, un muchacho innovador y atrevido que a pesar de su corta carrera dejó un gran legado para las nuevas generaciones. Marcó un hito para la llamada “Nueva Ola” del vallenato. Sus alumnos más destacados son el Grupo Kvras.

Silvestre Dangond es otro gran cantante y artista ejemplar que ha llevado el vallenato a otro nivel en cuanto a puesta en escena, con grandes producciones en vivo que vale la pena tener en cuenta para que creamos que nuestra música no tiene nada que envidiar en cuanto a grandes escenarios. Todo un profesional en la materia.

Alejandro Durán, curiosamente dejó como cantante muchísimos éxitos pero su voz es muy difícil de imitar, casi imposible. Grande Alejo. No veo por ningún lado sus discípulos. Lo mismo sucede con Calixto Ochoa, Anibal Velásquez y Lisandro Mesa. Están huérfanos.

Hay casos como el de Carlos Vives que me resulta muy difícil de clasificar, pero hay que reconocer que llevó las canciones vallenatas a darle la vuelta al mundo. Algo sin precedentes. Tampoco le veo prole musical. Nadie lo sigue. Tiene alumnos en el Tropipop pero no en el vallenato.

A los maestros, pioneros o referentes les damos las gracias, nunca tendremos como pagarles por tan inmensa obra, tan valioso regalo, nos han donado lo mejor de su talento, su gracia, carisma, sembrando la mejor semilla musical para la eternidad y estoy seguro que cuando su legado es tomado por gente con vocación, profesionalismo y disciplina echa raíces perdurables.

Afortunadamente en la música vallenata ha sucedido esto con resultados positivos. Ojalá salgan nuevos alumnos aventajados y talentosos. Tienen donde nutrirse, donde extraer la sabia, comer de sus frutos, beber de su fuente. Escuchen a los Padres del Canto Vallenato.

A excepción de Silvestre Dangond, en este momento hay tantos cantantes nuevos que cantan tan parecido que me cuesta identificarlos, no veo estilos y sellos propios, parecen el mismo cantante, repetitivos, tal vez porque no soy seguidor de ninguno de los de la nueva generación me cueste. De verdad y me disculpo, no los diferencio. Debo hacer la tarea y prestarles más atención. Escucharlos con detenimiento. Prometo hacerlo en un futuro.
Por supuesto que es posible que haya muchos más ejemplos de Cantantes Vallenatos que hayan recorrido el mismo proceso, se me han podido escapar varios. Solo apelé a mi memoria.

(Jesús Vides)

P. D.
-Jorge Oñate / Iván Villazón
-Poncho Zuleta / Beto Zabaleta
-Diomedes Díaz / Farid Ortiz / Diomedito / Rafael Santos / Martín Elías
-Rafael Orozco / Miguel Morales
-Miguel Morales / Jesús Manuel Estrada / Alex Manga
-Gustavo Gutiérrez / Otto Serge
-Alfredo Gutiérrez / Armando Hernández
-Adaníes Díaz / Jairo Serrano
-Iván Villazón / Peter Manjarres
-Jean Carlos Centeno / Junior Santiago
-Patricia Teherán / Adriana Lucía

¡DEMANDARON A MI TÍA CRÍSPULA!

¡DEMANDARON A MI TÍA CRÍSPULA!

Por JESÚS VIDES

Terminé mi bachillerato en 1980 en el colegio Gimnasio Académico de Bogotá con la ilusión de estudiar periodismo. Por razones económicas debía estudiar en universidades públicas y para mi sorpresa y desconsuelo, la carrera de Periodismo (hoy Comunicación Social) no estaba en dichas universidades, razón por la cual mi padre Mole Vides me pidió regresar a mi pueblo para trabajar durante un año con el compromiso de encontrar una salida y poder estudiar esa carrera en alguna universidad privada.

Regresé a La Jagua de Ibirico en 1981 a trabajar en la Alcaldía Municipal en el cargo de Secretario Departamental de la Inspección de Policía, el Alcalde era el querido señor Manuel Ochoa, el Secretario del Alcalde el inolvidable Pedro Díaz y mi jefe inmediato, el Inspector era un buen muchacho de La Palmita llamado William Pineda. Era una alcaldía con bajísimo presupuesto ya que solo hacía dos años se había convertido en municipio.

Todo transcurría de manera placentera y normal a pesar de que los sueldos no eran muy buenos. No había iniciado aún la explotación minera, no había plata. La Jagua era un pueblo tranquilo, pacífico y en la Inspección de Policía

solo llegaban querellas menores, yo me sentía feliz y agradecido con la vida hasta que llegaron a demandar a mi tía Críspula… Empezó el caos. 

Mi tía Críspula Mier, una honesta y trabajadora mujer, hermana mayor de mi papá, era la dueña del cotizado bar y prostíbulo “El Tinajón” situado en La Ye. Tenía terminantemente prohibida la entrada a dicho bar a sus familiares e hijos, so pena de un castigo severo, así que la familia nunca asomaba sus narices por ahí, mucho menos sus hijas. Cuando alguno de sus hijos varones con tragos encima aterrizaba en el bar, ella misma los sacaba a garrote puro. Nadie la desobedecía en la familia. Cabe aclarar que mi tía jamás consumía alcohol, ni ejerció la prostitución. Tuvo un hogar ejemplar con el señor Parejo quien siempre fue su eterno acompañante. Fue tan organizada que siempre tuvo negocios, almacenes en Maicao y le dejó de herencia a cada uno de sus hijos un hermoso lote en el mismo barrio, tal vez por razones económicas algunos los vendieron años después. Fue una mujer ejemplar.

Allí en “El Tinajón” trabajaba una joven y hermosa muchacha de pelo rubio oriunda del Tolima que se había constituido en toda una leyenda entre los clientes, no daba abasto, todos los hombres la apetecían, de verdad era linda, decían que tenía la tarifa más cara, motivo por el cual era la consentida de mi tía, toda una estrella entre las prostitutas del pueblo. Mi tranquilidad terminó el día en que esta mujer se presentó en mi oficina:

-¡Vengo a demandar a mi patrona, la señora Críspula Mier!

-Siga, siéntese, explíqueme por favor en qué consiste su querella.

La muchacha me explicó que llevaba alrededor de dos años pidiendo su liquidación a mi tía Críspula para poder regresar a Ibagué a ver a sus dos pequeños hijos y mi tía no la dejaba ir reteniéndole el dinero. Según ella las razones de Críspula era que el negocio se podía ir a pique con su marcha ya que sospechaba que la rubia no iba a regresar, reconociendo a su vez que era bien tratada y bien paga, pero que ella extrañaba a su familia, muy dolida llorando me dijo:

-En este pueblo no hay justicia. Es la tercera demanda que pongo y nadie me para bolas, parece que la señora Críspula es intocable. ¡Ayúdeme, por favor!

Recepcioné la demanda, disimulando mi preocupación y, dándole un falso ánimo, despaché a la demandante. «Veré que puedo hacer, vaya tranquila».

El entrañable viejo Pedro se me acercó con unas consoladoras palabras.

-No te preocupes, Jesús, nadie se mete con Críspula, ella le conoce los secretos a los importantes del pueblo, esa es una caja de pandora que nadie se atreve a abrir, ahí no va a pasar nada. Quédate tranquilo muchacho.

Me fui a mi casa a contarle a mi papá lo sucedido buscando su consejo, él riéndose le restó importancia al asunto.

-Yo con «Crispulacha» no me meto, ella es como mi mamá, ella me crio. Archiva eso, olvídate de ese asunto. Ella es muy correcta, debe tener sus razones para retener a esa muchachita. ¿Sabes por qué la llamo Críspula Rectituta? Porque jamás ha comentado quién entra y quién sale del “Tinajón”, nadie por boca de ella se ha enterado de las travesuras de los hombres de este pueblo. Es la mujer más confiable que hay. No te preocupes, en pocos días todo se va a olvidar.  

Y me olvidé del asunto, ya que si los mayores no se atrevían alborotar ese avispero ¿quién era yo para hacerlo? Estaba claro que yo no iba a hacer nada.

Pasaron varios días. Volvió la calma y la tranquilidad al despacho y se celebró por esa época con mucha alegría en el pueblo la creación del primer Juzgado Municipal de La Jagua de Ibirico cuyo Juez era el joven abogado Elio Murillo. Ahí empezó mi calvario.

La joven  y bella prostituta aconsejada quien sabe por quién, acudió al Juez y le comentó su caso con tres demandas ante tres diferentes inspectores de policía y que todos se habían pasado por la faja la misma demanda. El recién estrenado juez estaba “cuchilla” y decidió hacer cumplir la ley. Acto seguido emitió una carta dirigida a mí en tono amenazante, con términos como «Sírvase cumplir de manera obligatoria la demanda en curso», «su desacato

acarreará consecuencias con todo el peso de la ley», «no cumplir la ley puede ocasionarle destitución y arresto».

Quedé helado al recibir el oficio del Juez, me dio dolor de estómago y hablé con el alcalde. Don Manuel Ochoa me atinó a decir:

-Caramba, esto es nuevo para nosotros. Dile a tu papá que hable con el juez porque ese tipo tiene fama de jodido.

Las situaciones en La Jagua siempre se habían resuelto con diálogos, familiaridad y amistad, pocas veces pasaban a mayores, pero la llegada de un foráneo por supuesto que iba a cambiar todo. El juez fue inflexible y me envió una segunda carta más amenazante y fuerte. Después de varias reuniones, consejos iban y venían y se llegó a la conclusión que había que obedecer al juez y cumplir la ley. Traté de acudir al inspector que además era a quien en verdad le correspondía solucionar el caso, pero este que era una especie de funcionario fantasma porque se presentaba de vez en cuando, al comentarle me dijo sonriente.

-Yo soy tu jefe, así que te delego ese asunto.

No podía dormir, estaba metido en un berenjenal, todo el mundo se escabullía, se salían por la tangente, me daban respuestas enredadas, laberínticas, cantinflescas, sin comprometerse, era un sálvese quien pueda, alguien sin nombre me dijo: «Mierda, qué lío». Me quedé solo.

No me quedó más remedio que enviar la boleta de citación con el formato preestablecido por la ley: «Señora Críspula Mier, sírvase presentarse en el término de la distancia a contestar la demanda tal…», «Presentada por fulana de tal…», «Su desacato acarreará todo el peso de la ley, como arresto, sanciones, etc., etc.». Primer aviso.

Cuando le entregué la boleta de citación a nuestro mensajero el venerable anciano Bolívar Mendoza sentí que iba directo hacía el paredón. Dándome una palmadita en la espalda, Bolívar me dijo:

-Oiga hijo, en mis largos años jamás le había llevado una boleta a Críspula, qué vaina… Og carajo.

Partió hacía La Ye, rumbo a El Tinajón, la suerte estaba echada. Fue la hora más larga de mi vida, se me resecó la garganta, me temblaban las piernas. ¿Cómo reaccionaría mi tía?

El tiempo se me hizo interminable, después de un larguísimo rato regresó Bolívar y me comentó la respuesta de mi tía Críspula:

-Oye Bolívar ese que firma aquí, el tal Jesús Vides, ¿acaso no es mi sobrino el hijo de Mole?

-Si Críspula, el mismo.

-Vergajo pelao ese, no respeta a los mayores, me va tocar ir a joderlo y darle una cueriza en la propia alcaldía. Dígale que me meta presa y que rompí la boleta.

Me dieron ganas de orinar y vomitar y salí corriendo para el baño, mi susto era terrible, estaba solo y desamparado, por un lado un Juez amenazante y por el otro una respetada tía también amenazante. Me encontraba en un callejón sin salida a mis escasos 18 años.

La pequeña alcaldía estaba situada en la esquina noroccidental del parque principal con unos ventanales grandes que daban unos hacía la carrera 4ta directo a La Ye y los otros hacia la calle San Miguel. Pegado a la alcaldía por la misma calle quedaba el Puesto de Policía.

Bolívar le comentó su preocupación a alguien y todo se volvió una bola de nieve en el pueblo: ¡Demandaron a Críspula!

Empezaron todo tipos de dimes y diretes, chismes, burlas, parodias, susurros, inventos, donde los muchachos imaginaban qué iba a pasar. Me remedaban. El juez me tenía vigilado.

A los 8 días era obligatorio mandar la segunda boleta de citación con los mismos términos jurídicos, «Sírvase  presentarse en el término de la distancia», etc., etc. Segundo aviso.

-Rompió la boleta y dijo que definitivamente le tocó joderte y que como le mandes la tercera y última boleta ese mismo día viene a castigarte con el rejo.

Eso me dijo Bolívar delante de una pequeña multitud que estaba al acecho de su regreso, ya todo el pueblo seguía los acontecimientos como si se tratara del desenlace de una novela o una obra de teatro y esperaban el capítulo final. Por cualquier esquina aparecía alguien sin rostro que me gritaba: «¡Secretario, te va jodé Críspula!». Cualquier niño se burlaba sonándose los dedos «Ñeeerda, ñeeerda, ñeeerda». Un tipo cualquiera pasaba silbando mostrándome la hebilla de su cinturón, muchachas anónimas se carcajeaban al verme pasar, señoras respetables y elegantes me miraban con compasión, hombres pulcros fruncían el ceño, acusándome y tosiendo con reproche. Yo era el protagonista de una comedia de la vida real. Poco a poco se acortaban los días para la tercera y última citación. Uno que otro me decía: «Faltan cinco, faltan tres».

El día anterior pasé la noche en vela, solo mi mamá me consolaba, mi papá acostumbrado siempre a hablar esta vez se volvió silencioso.

Llegó el día señalado y me fui rumbo a la alcaldía a cumplir la cita con mi destino. Caminé despacio para nunca llegar, pero no pude eludir lo que ya estaba escrito, por un momento perdí la noción del tiempo y no fui consciente que la aglomeración en el parque y en la esquina de la alcaldía tenía que ver conmigo. Vi  a Álvaro Daza con su carro de raspao vendiendo en la esquina, vendedores de cocadas, de almojábanas, ofreciendo a la multitud. Era una fiesta total. Al entrar a mi oficina y ver al señor Dimas Darío Díaz que sobresalía en la aglomeración del ventanal con su gran sonrisa diciéndome: «Llegó tarde Secretario». Ahí me di cuenta que la cosa era conmigo, ahí me desperté de mi letargo, comprendí que la multitud se había reunido para presenciar el envío de la última boleta de la citación y por supuesto la venida de mi tía Críspula a cumplir su amenaza. Elaboré muy despacio la citación que por ser la última llevaba un contundente párrafo: «Si hace caso omiso de este llamado será conducida hasta nuestro despacho por los agentes de la Policía Nacional. Último aviso».

La suerte estaba echada, no había vuelta atrás. Bolívar Mendoza partió con pasos lentos como entendiendo las circunstancias en medio de los vítores y algarabía de la multitud. La gente describía detalladamente por donde iba el

mensajero: «Ya va llegando, va por donde Benildo». Mi escritorio estaba empapado por el sudor de mi frente y de mis manos. Llegó un momento en que todo lo veía en cámara lenta y ya no escuchaba el ruido de la gente, era una ensoñación donde veía a mi tía dentro del calabozo, agarrando los barrotes con la mirada serena y después me veía a mismo dentro del mismo calabozo agarrado de los mismos barrotes pero bañado en llanto, parecía real, parecía irreal, no sé cuánto tiempo pasó, fue un tiempo eterno, hasta que fui interrumpido abruptamente por el regreso de Bolívar.

-La dejé alistándose, se puso una puñaleta en el cinto, una pañoleta roja en la cabeza y buscando un rejo de cuero de vaca de tres ramales. Se te llegó el momento muchacho. Críspula siempre ha cumplido su palabra. No hay vuelta atrás.

Al escuchar eso la multitud entró en un delirio desbordante, la morbosidad de un pueblo donde casi no pasaba nada era única. Nadie se iba a perder el espectáculo.

“Fueraaa, ya viene Críspula”, “Es la de la pañoleta roja”, “Viene vestida de negro”, “Allá vieneee”.

La gente así como lo hizo con Bolívar de ida lo empezó hacer con mi tía de venida, describieron el recorrido, era como una daga en mi cuerpo.

Me dio fiebre, me paralicé y pude comprobar que todos los funcionarios de la pequeña alcaldía se habían esfumado y ahora hacían parte de la multitud en la calle, el único que se quedó en su puesto solidarizándose conmigo fue Pedro Díaz, gran amigo de verdad y compadre de mi papá.

«¡Viene por donde Silvia Ramos!». Los gritos arreciaban.

Eso significaba que mi tía estaba cerca.

Al subir mi tía por los andenes de la alcaldía la gente gritó: «¡Críspula, Críspula, Críspula! ¡Viva Críspula! ¡Jódelo Críspula pa’ que respete!».

Estaba claro del lado de quien estaba el pueblo.

Mi corazón y mi respiración se paralizaron cuando escuché la fuerte voz de mi tía al entrar a la alcaldía en medio del ensordecedor ruido y gritar:

-¡¿Dónde está el secretario?!

Hubo un silencio total, los murmullos callaron, solo se escucharon los pasos de mi tía camino hacía mi escritorio. Con la voz entrecortada y con un sonido casi infantil y prácticamente inaudible solo le atiné a decir:

-Hola tiíta…

No me respondió y como era una mujer alta mis reflejos felinos alcanzaron a ver el latigazo que venía en camino y como un rayo me metí debajo del escritorio arrastrando conmigo la silla para quedar dentro de una muralla.

Sentí el estruendo del látigo contra el escritorio al mismo tiempo del estallido de la concurrencia: «¡Ja, ja, ja, dale duro!».

-¡Salga cobarde! -Gritó mi tía.

-¡Mira dónde está la autoridad! -Gritó la gente.

-¡La Policía no está. El Cuartel está cerrado. Claro ellos también son clientes del “Tinajón”! -Gritó Consorcia.

Mi tía seguía enfurecida dándole rejazos a mi escritorio y diciendo:

-¡No ha nacido quien meta presa a Críspula Mier. Dé la cara secretario, atrévase, no se esconda! ¡Tráigame a su papá pa` joderlo también!

Fueron los instantes más largos de mi vida, parecía que se había detenido el tiempo, no veía desenlace alguno, no sabía cómo  iba a terminar todo. Mi sufrimiento era total, estaba en la oscuridad de un túnel interminable. Me puse a orar. Creo que el Padre Celestial escuchó mis súplicas porque inmediatamente se escuchó la voz de Pedro Díaz que acudió en mi auxilio:

-¡Cálmate Críspula, vete en paz para tu casa que yo arreglo esto! Sabes que yo no miento.

-Bueno Pedro, siempre te he respetado y tú a mí también. Voy a confiar en tu palabra. No se metan en mis asuntos que yo no me meto con nadie. Yo le prometí a esa muchacha que la dejaba ir después de navidad y año nuevo, estamos en marzo, no le veo problema que se espere estos mesecitos, yo le voy a dar su dinero y sus bonificaciones porque bastante que produce, es justo, es la mejor trabajadora que he tenido. No hay más que hablar, yo también cumplo mi palabra, así que adiós…

Sentí un alivio gigantesco y respiré profundo cuando escuché la voz de mi tía despidiéndose de la multitud y alejándose en medio de los aplausos: «¡Críspula alcalde!».

-Ya puedes salir muchacho, ya todo pasó -me dijo el señor Pedro.

Al salir de debajo del escritorio la multitud estalló en carcajadas y me señalaban con el dedo con todo tipo de exclamaciones burlescas, muecas y risotadas, cerré la oficina por indicación del viejo Pedro y en su compañía nos fuimos para la casa a buscar a mi papá.

Después de muchas ideas se llegó a la conclusión que como mi sueldo era de $ 4.000 pesos, se le pidiera al alcalde un adelanto de dos meses, más otros   $ 8.000 pesos que consiguió mi papá para un total de $ 16.000 pesos.

Se resolvió citar en un lugar secreto a la hermosísima prostituta en horas de la tarde, entregarle el dinero, hacerle firmar el recibido y el desistimiento de la demanda. Una vez hecho esto y con el acompañamiento del primer policía que apareció, se llevó a la mujer con su pequeña maleta hacía la bomba de Olga Ditta a esperar el Copetran que la llevaría a su tierra. Los planetas se alinearon a mi favor, ya que coincidencialmente mi tía Críspula había salido hacia Becerril a unas diligencias personales.

La chica se fue llorando de felicidad, el juez hizo valer su autoridad, el pueblo disfrutó su carnaval, los hombres honorables respiraron tranquilos en sus hogares, mi papá volvió a sus interminables charlas, y yo no perdí a mi amada tía Críspula “Rectituta”…

(Jesús Vides)

HÉCTOR ZULETA Y ADANÍES DÍAZ, EXONERADOS DEL EXAMEN FINAL.

Por JESÚS VIDES

Siempre fueron mis artistas preferidos. Eso me ocasionó innumerables e inmensas disputas en mi adolescencia con los Oñatistas, Diomedistas, Binomistas, Betistas, etc., y todos los “istas” del momento, incluso con toda clase de improperios e irnos a veces a las trompadas donde hice célebre una de mis frases: «Es que tú no quieres entender». Esas interminables discusiones siempre terminaban en nada y la hermandad se imponía y todo volvía a su cauce. Así eran de sanas esas épocas.

Empecemos con Héctor. Tal vez iba a ser el acordeonero más grande de la historia de la música vallenata, eso nunca lo sabremos. Murió trágicamente con escasos 21 añitos. Pero su historia empezó muy temprano levantando la bandera de su padre el viejo Emiliano Zuleta Baquero. Sus canciones como compositor son inolvidables. “Me deja el avión” (Diomedes Díaz y Debe López), “Vendo el alma” (Diomedes Díaz y Juancho Rois), “Penas de un soldado” (Diomedes Díaz y Colacho Mendoza), “A mano dura” (Binomio de Oro), “El cantor triunfante” (Los Betos), “Flor de mayo” (Jorge Oñate y Chiche Martínez), “Remordimiento”, “Injusticia” (Héctor Zuleta y Adaníes Díaz), solo por mencionar algunas. ¿Cómo se podría explicar que a pesar de ser prácticamente un niño todas sus canciones son exitosas y unos verdaderos clásicos de la música vallenata? Creo saberlo: solo los genios lo pueden lograr y Héctor Zuleta era un verdadero genio.

Rafael Manjarrez, el inigualable compositor guajiro, escribió en su majestuoso himno del Festival Vallenato “Ausencia sentimental” algo que debe ser obligatorio para los cultores de la música vallenata:

Pero yo vuelvo al Valle, voy a Hurtado y me encuentro con todos,

y voy a Jardines del Ecce Homo, quiero a Héctor visitar

Todos debemos ir a su tumba a rendirle nuestros respetos, a honrar su memoria, a expresarle nuestra gratitud. Prometo en mi próxima visita a Valledupar ir a visitarlo. Es una deuda que tengo. No puedo seguir siendo tan ingrato.

También el maestro Juan Segundo Lagos lo dijo sabiamente en su canción “El Difunto Trovador”, grabada por sus hermanos, Los Zuleta, Poncho y Emiliano. Una desgarradora y dolorosa canción.

“El pueblo orgulloso contento con su Lira decía satisfecho, al fin llegó el mejor

Y no era mentira el era la esperanza del folclor…

Nadie ha superado a Héctor, nadie ha tenido el talento del Difunto Trovador…

Porque el vallenato sueña que ojalá volviera Héctor…”

Más claro pa’ donde…

Escucharlo como acordeonero es una experiencia casi religiosa. Hace poco escuché un casete donde en una caseta Héctor Zuleta Díaz me hizo sentir que el acordeón parecía como si le quedara pequeño, como que necesitaba que debería tener un teclado adicional, sentí que el acordeón le pedía perdón, y hasta gritaba auxilio ante la exigencia divina del genio, los “piques” eran tan exigentes, con tanta fuerza, tan precisos, tan rápidos, tan salvajes, tan violentos, tan perfectos, que hacía la rutina completa, se devolvía por diferentes recovecos y cuando parecía que iba a terminar empezaba de nuevo, una y otra vez y yo sentía que Héctor estaba desesperado como diciendo: «¡Nojoda, ya no encuentro más nada que hacer, este aparato debería tener más hileras, más botones, carajo!». Los invito a que escuchen con los ojos cerrados, “Pico y Espuela”, en la que parece de verdad un gallo fino peleando en una gallera, y créanme que esa fue una de las canciones que escuché en vivo y hace el triple de lo que hizo en la grabación y más rápido. Bárbaro, salvaje, monstruoso, excepcional, llámenlo como quieran, no encuentro palabras para describirlo. Su digitación extraordinaria, armónica, rápida y contundente, piques y repiques de “Juana”, “Sielva María”, “La socolita”, “El desquite”, “La campesinita”, “No me consuela nadie”, “Nostalgia” (aquí Héctor siguió tocando y tocando y tuvieron que ir apagando la canción), supongo que siguió tocando derecho hasta el otro día hasta que alguien se compadeció y le hizo parar. Podría seguir enumerando más canciones pero mis escritos siempre son largos. Sus arreglos en las canciones románticas son sublimes, sentimentales, amorosos, enamoradores, de otra dimensión, sus doblajes con dos acordeones (uno no era suficiente) mostraban una creatividad desbordante, avasalladora, magistral, era un acordeón diferente, novedoso y pensar que no había cumplido 22 años. ¿El mejor? Nunca lo sabremos, fue una “Estrella fugaz” que Dios Padre nos regaló por un ratico, como diciendo: «Vean lo bello que es mi creación». La historia sigue hablando y en la escuela de Héctor Zuleta “Los alumnos siempre llegan a imitar las notas de él…” lo dijo el poeta. Héctor vivió como su homónimo héroe de La Ilíada, una vida rápida, veloz, iba a mil por hora, como un rayo, una exhalación. Homero nos cuenta que Aquiles venció a Héctor. Aquí el Aquiles de la violencia de nuestra amada patria venció a nuestro héroe, nuestro Héctor. Los dos quedaron en la historia con letras de oro.

Vamos con Adaníes. No encuentro por donde empezar. Es mi cantante vallenato preferido de todos los tiempos. Arrancó ocupando el primer lugar como Mejor voz en el Festival del Dividivi en Riohacha, eso no es cualquier cosa. Su prodigiosa y portentosa voz es un caso muy difícil de encontrar. Sus primeros discos al lado del gran Ismael Rudas apenas rozaron mi juventud. Pero cuando se unió a Héctor Zuleta explotó en mi alma un romance musical en el cual siempre he sido fiel. Pocas veces se unen dos genios. Es como si jugaran en el mismo equipo Pelé y Maradona, Michael Jordan y Kobe Bryant o si tocaran en la misma orquesta Mozart y Beethoven en sus debidas proporciones. Son Lennon y McCartney. Eso fueron. Faltó tiempo. Solo grabaron tres álbumes. Imagina que te dan la prueba en la mejor pastelería del mundo y te dicen: «Ya vamos a cerrar, vuelva mañana». La diferencia es que no hubo mañana, quedamos con hambre. Los dos partieron casi juntos con escasos meses de diferencia, es como si Adaníes Díaz no hubiese soportado quedarse solo y le siguiera los pasos a su inolvidable compañero. Se fueron sin decir adiós. Ojalá sigan juntos.

Al igual que su compañero de fórmula con el acordeón, pareciera que tenía ‘demasiada’ garganta, por lo menos fue mi impresión cuando escuché “El desquite”, donde a pesar de tener al gran Jairo Serrano en los coros prefiere hacerlos él. En “El aviso” que es a dos voces, ambas las hace de arriba a abajo Adaníes, algo inusual en nuestro folclor, con eso nos demostró su educación musical, su afinación sin par y su claridad conceptual para hacer voces y bien hechas. Sus interpretaciones de “Estrella fugaz”, “El torero”, “Remordimiento”, El cobarde del pueblo”, “Injusticia”, “Bendita duda” (es mi versión preferida por supuesto), “La revancha”, “Pena y dolor”, “Yolanda”, “Problema tuyo”, “Romance de San Andrés” y por qué no la exitosísima “Marianita” que le dio la vuelta al mundo. En fin, hay que escuchar toda su obra. Para rematar era sobrino del maravilloso Leandro Díaz.

Hay una historia que no puedo confirmar, no se si sea cierta, pero me la contaron y se las transmito. Me cuentan que una vez el grandioso Diomedes Díaz le dijo a Adaníes: «Yo a ti te tengo miedo, yo contigo no canto». Si eso fue cierto (y yo lo creo), no es más que el respeto y el reconocimiento que le hacía “El Cacique” a su maestro, Adaníes Díaz “El Príncipe Guajiro”, porque algunos dicen que tomó cosas de él. Dejo constancia que Diomedes Díaz en tarima nunca le temió ni se le arrugó a nadie y siempre se midió con los más grandes. Quiero creer que fue cierto. Me gusta esa historia.

Otra faceta del gran Adaníes Díaz Brito fue su generosidad. Una vez su sobrino, mi hermano del alma y compositor sin par Romualdo Brito, a quien yo resolví llamar “El Compositor de compositores” me confesó: «Cuando mi tío vivía, en nuestra familia había abundancia, él nos proveía de todo, era una época maravillosa, cuando murió llegó el verano y las necesidades volvieron. Afortunadamente pude honrar su memoria y salir adelante con mis canciones. Creo que mi éxito es una bendición que mi tío me envió desde el cielo». Hizo algunas composiciones, pero una me hizo llorar, “Mi tierra y mis canciones” evoca al cantor que soñó y se siente agradecido que sus cantos sean de toda su Guajira y su voz se escucha en mil caminos. Altivo pregonero de su casta, guajiro ciento por ciento, el rey en las parrandas. Pide redención para su pueblo. Que sus tesoros son sus hijos y su Claribel querida, su “Cayi” de su alma. Que se siente orgulloso de ser indio, al fin y al cabo. Me conmueve y me lleno de sentimiento cada que la escucho.

Estuve a punto de conocer a Héctor y a Adaníes. A escasos metros. Cuando yo era un muchachito fueron a tocar una caseta en mi pueblo, La Jagua de Ibirico (Cesar). Digo que a escasos metros porque llegaron temprano, en horas de la tarde a parrandear a la casa del adinerado Carlos Arzuaga. Parrandearon en el patio. Pasé por la parte de atrás y escuché algo de la parranda, pero no pude entrar ni ver nada. Mi amigo de infancia Alirio “Yiyo” Aguas me contó algunos detalles porque a pesar de ser muy joven le dejaron tocar la caja en algunas canciones. Me dijo:

«Jesu, ¿tú has visto a un toro cantar?

-Nojoda, Yiyo, nunca, ¿por qué?

-Eso es Adaníes. Imagínate, cantó toda la tarde en el patio de Carlos Arzuaga, en unos tonos altísimos, sin micrófono y tomando Whisky, gritando, echando chistes y después se fue pa’ la caseta a cantar 5 tandas como si nada. Ese tipo es un animal. Como tiene el cuello grueso me parecía que estuviera cantando un toro. Y de Héctor el acordeonero ni te cuento, parecía un loco, quería desbaratar ese acordeón, desaforado, como si quisiera exprimirlo, pero no peló ni una nota. Qué man tan teso. Esos dos manes joden a los que sea. Están hechos el uno para el otro. ¡Son extraterrestres! Marica, Jesu, te perdiste la vaina más bacana, eso no se repite. Tay jodío».

Por eso digo, a escasos metros…

Cuando estudiaba tercero de primaria en el colegio “Sagrado Corazón de Jesús” casi a final del año entraron al salón mis inolvidable profesoras y directoras Luisa Ríos y Doris Guarín, dijeron: «Hoy empiezan los exámenes finales, esperamos que hayan estudiado. Roberto Martínez Cuadro, recoja sus cosas y salga del salón. Usted está exonerado de los exámenes finales. Tiene 5 (era la nota máxima) en todas las materias. Puede irse de vacaciones, es usted un orgullo para nuestro colegio y para sus padres. Felicitaciones».

Aplaudimos, Roberto recogió sus lápices, cuadernos, libros y con una sonrisa de oreja a oreja se fue. Nos quedamos con una envidia de la buena y de la mala porque, en los días siguientes, de vez en cuando veíamos a Roberto saludarnos por la ventana con un balón en la mano pasar derecho para el campo de fútbol mientras nosotros seguíamos en el colegio que para nuestro pesar era a doble jornada, mañana y tarde.

Eso sucedió con Héctor Zuleta y Adaníes Díaz. Fueron exonerados. No necesitaron presentar los exámenes finales. Tuvieron la nota máxima, por eso recogieron sus acordeones y sus micrófonos y simplemente se fueron de vacaciones anticipadas…

(Jesús Vides)

JOSÉ VÁSQUEZ PARTIÓ LA HISTORIA DEL BAJO VALLENATO: ANTES DE JOSÉ VÁSQUEZ – DESPUÉS DE JOSÉ VÁSQUEZ. (A. de J.V. – D. de J.V.)

Por JESÚS VIDES.

Cuando los integrantes de la orquesta “Los Cumbancheros del Ritmo” de La Jagua de Ibirico (Cesar) fueron a Chiriguaná, más exactamente a La Estación a reclutar como nuevo bajista a un muchacho llamado José Vásquez, nunca sospecharon que estarían despertando al monstruo más grande de la historia del Bajo vallenato en el mundo. No lo imaginaron. Se lo arrebataron al gran Marcial Paba, baluarte de la música regional, con quien inició su carrera, y lo llevaron para La Jagua de Ibirico casi en silencio, sin ningún protocolo. Pero empezó la carrera más brillante en la ejecución de este instrumento en nuestro folclor. Los Cumbancheros eran una de las pocas orquestas organizadas en la región y alternaban con cuanto conjunto vallenato exitoso existía. Se sentían orgullosos de su bajista, lo mostraban, lo exhibían, no se cambiaban por nadie. Pero la dicha no demoró mucho. Les tocó alternar con el maravilloso Calixto Ochoa, que era el número uno a comienzos de los setenta, algo así como el Diomedes Díaz de la época. Hasta ahí llegó la alegría de Los Cumbancheros. La misma noche que vio y oyó tocar a José Vásquez se lo llevó. Le hizo empacar su maleta para más nunca volver a vivir en Chiriguaná. Calixto es Calixto. Su oído no fallaba. Los Cumbancheros en otra jugada extraordinaria volvieron a Chiriguaná por recomendación del mismo Jose (sin tilde para sus amigos), para llevarse a un niño de solo 14 añitos para reemplazar a Vásquez, tuvieron que rogarle a la mamá, la señora Sonia, para el permiso. El niño era Carmelo Galiano, “El Melo”, ¡nada más y nada menos que el exitosísimo Galy Galiano! Qué buena espalda la de los “Cumbancheros del Ritmo”, le dieron la patadita de la buena suerte a los dos más grandes artistas de Chiriguaná: José Vásquez “Quevas” y Galy Galiano. Benditos sean Los Cumbancheros.

Ahí se parte en dos la historia del Bajo vallenato: Antes de José Vásquez y Después de José Vásquez (A. de J.V. – D. de J.V.)

Siendo prácticamente un niño grabó su primer disco en 1972, increíble, una puya, con uno de los más grandes cantantes de la historia, Jorge Oñate y los Hermanos López. “La vieja Gabriela”. Qué valentía la de ese adolescente.

Inició rápidamente la Nueva Era, con Calixto, Alfredo Gutiérrez, etc., pero tenía que encontrar el sitio ideal para que ese inmenso talento se pudiera desarrollar con plena libertad, sin ataduras. Encontrar el grupo que se sintonizara con esa desbordante magia y ganas de tocar, que le diera la confianza, estaba atragantado, tenía miles de ideas en su cabeza y sus dedos necesitaban que los desataran. Y llegó lo que necesitaba… El Binomio de Oro. Ahí fue Troya.

Rafael Orozco e Israel Romero siempre se caracterizaron por su modernismo musical, su atrevimiento, su sabiduría experimental. Siempre iban más adelante que muchos. Eran creativos, atrevidos. Jose les llegó como anillo al dedo. Rafa lo bautizó “El Quevas”.

Siendo yo un imberbe escuché por primera vez a Jose Vásquez en el Bajo con el Binomio de Oro en el álbum “Enamorado como siempre”. Diciembre de 1978. ¡Santo Dios! ¿Qué es esto? ¿Es real? ¿Antes de ese disco yo no había escuchado un Bajo vallenato así! Busquen grabaciones anteriores y me cuentan…

El Bajo, antes de Jose con El Binomio, era básico. Lo que llamamos acompañamiento normal. Cuando escuché “La parranda es pá amanecé” quedé loco, cogí mi guitarra e intenté imitar ese Bajo. Era muy joven pero me dije: «Definitivamente no soy, ni seré bajista». Busqué grabaciones anteriores y no existía ese tipo de Bajo. A medida que me adentraba escuchando todo el disco completo, cuando oí la canción “Mi mejor canción” y al final hizo unos silencios, dije: «¡Esto antes no lo había hecho nadie!». Rafa lo saluda en “Déjame quererte”: «¡Vaya qué sentimiento José Vasquez!» y el Bajo llora… en esa misma canción al final por primera vez en mi vida escuché tocar un Bajo “Guitarriado”, como llamamos jocosamente. Si antes de esa grabación lo oyeron, me informan por favor. Lo que Jose hizo en ese álbum hoy en día para algunos bajistas virtuosos tal vez es normal hacerlo, la cuestión es que antes no lo había hecho nadie. Él nos dijo con su instrumento: «¡Así es que se toca el Bajo en el vallenato!».

Empezaron grabaciones de todo tipo con diferentes agrupaciones que sería imposible mencionar, pero les cuento una anécdota personal que se grabó en mi mente. Iba muy joven yo manejando por la carretera vía a Sincelejo en una gira con Galy Galiano, escuchábamos el disco “Por amor” del exitoso grupo “Los Pechichones”. En la canción “Dime por qué lloras” exclama Marcos Díaz: «¡Y esto es clase, Bolañito y Vásquez!». Me tocó orillarme para retroceder el cassette. «¡Verga! (perdónenme la expresión), ¡se jodió esto!». Pregunta: ¿Quién lo hizo antes? En fin, en otras grabaciones doblaba el Bajo en diferentes canales, glisaba a nivel Dios, lo “penqueaba”, jugaba con las percusiones, con los pianos, con los acordeones, le daba sonidos inexistentes, etc. Si sigo relatando cosas no acabaría nunca. Son cientos y cientos de canciones imposibles de enumerar. Su obra es tan grande que nos podríamos pasar la vida entera escuchándola. Los invito a que lo hagan y entren al maravilloso mundo del Bajo Vallenato que tanta admiración ha despertado en todo el planeta.

A partir de la explosión sin límites de Jose con el Binomio, empezaron un sinnúmero de cosas sin precedentes tanto en grabaciones como en vivo. Ya era normal el grito de Rafa: «¡Quevas, Quevas!», o en la canción «El que espabila pierde», «¡Suéltale los cañones José Vasquez!», «¡Lloren guitarras!» en la canción de su autoría “Te seguiré queriendo”, porque Jose es también un excelente guitarrista y compositor. Su sencilla y sutil guitarra en “Dime pajarito”, todavía la exploran los guitarristas estudiantes de vallenato. En “Tu dueño” escuché por primera vez una guitarra de doce cuerdas en la música vallenata. Jose tocó el Bajo y la guitarra. Escuchen también “De nuevo en tu ventana”, “El Parradón”. La ‘barbaridad’ que hizo este extraterrestre en «Quise manchar tu alma» lo deja a uno boquiabierto. Es una delicia escuchar el Bajo en el álbum «Clase aparte» (lo escogí al azar) del Binomio de Oro. La lista con otros artistas es interminable. Grabó con todo el mundo.

Los duelos en que el acordeonero, en este caso Israel Romero, tenía con su bajista, los inició el Binomio de Oro. Era algo espectacular y en su momento, novedoso. Israel hacía una intrincada y rápida melodía en el acordeón y Jose la contestaba exacta en el Bajo. Luego Jose hacía una en el Bajo e Israel la contestaba en el acordeón. Antes de eso, ¿quién? Rafa lo llamaba al frente y Jose mostraba su virtuosismo, su espectacular digitación, tocaba hasta el himno nacional. Por primera vez en la historia un bajista fue protagonista en una agrupación vallenata, su nombre: José Vásquez. Verlo en tarima es una maravillosa experiencia, es imponente, un superstar, lo más cercano a una estrella de rock. Confieso que me movía ir a los conciertos por ver tocar a Jose. Ahora, repito, ya es normal y se ve sencillo pero es porque ya el maestro dictó la cátedra. Hoy en día los alumnos, muy buenos por cierto, lo copian, lo siguen.

Nació el mito y los rumores se esparcieron como espuma por todo lado: «Lo quiere el Gran Combo, lo dijo Rafael Ithier en el Lobby del hotel El Prado, que quería ese espectáculo en su Orquesta». «Pastor López le propuso llevárselo pero Jose dijo que no era capaz de abandonar a Rafa». «Wilfrido dijo en el Festival de Orquestas que le pagaría lo que él pidiera». Etc., etc., un largo etc.

Hace poco un encopetado bajista de una encopetada agrupación vallenata se atrevió a decir: «¿Y qué fue lo grande que hizo José Vásquez en el vallenato?, ¡yo no lo veo!». Yo le respondo sin temor a equivocarme: «Señor bajista, si Jose no hubiera existido, tú estuvieras tocando el Bajo como “Calilla”. Muy bueno, pero básico. Eso hizo José Vásquez, te enseñó a tocar esa vaina».

Ahora tocan de manera excelente. Armonías perfectas. Digitación perfecta. Pero no están partiendo la historia. Es más y me parece bien: son de conservatorio. No hay nada malo en eso. Los escucho “demasiado perfectos”. No se atreven. No se salen del molde. Y no son protagonistas.

Conocí a José Vásquez en Bogotá en 1982 en los inmensos e históricos Estudios de Grabación Ingesón de la calle 24, los mejores que había en Colombia por esa época. José Vásquez invitó a Galy Galiano a la grabación del L.P. “Festival Vallenato” del Binomio de Oro, donde iban a grabar una canción de Jose titulada “Esa”. Galy me llevó.

Fue el cielo. Nunca había estado en un estudio de grabación y además iba a ver grabar a mis ídolos Rafael e Israel. No lo podía creer. Un niño en una juguetería, en una chocolatería, en el recreo; mis ojos no paraban de mirar la gigantesca consola, las grabadoras, los instrumentos, el mar de acordeones, mis músicos preferidos estaban allí. Si hay algo parecido al paraíso para un incipiente músico y compositor era eso. Una experiencia inolvidable. Vi grabar a Jose su canción “Esa”. En tono menor, armonías refrescantes para la época, pedí a Dios Padre que congelara el tiempo, que no acabara. Grabó el Bajo de un tirón, después hizo el Bajo y las guitarras de las de las otras canciones, con una sutileza magistral, estaba viendo desde un rinconcito al genio inmortal, a Miguel Ángel, a Da Vinci, a García Márquez, a Maradona, a Dostoyevski, para él, eso era normal, para mí no. Y ahí pude ver un lado que tal vez la gente no conozca del gran José Vásquez, su humildad sin límites.

En una pausa a la que le llamamos “break”, ante la ida de Israel fuera del estudio a tomar un refrigerio, rápidamente Jose dijo:

̶ Ven “Chide” grábate esta cancioncita antes que regrese Isra.

Alcides Tórres ni corto ni perezoso la grabó en un santiamén. Qué generosidad la de Jose. Al regresar Israel preguntó:  

̶ ¿Terminaron?

̶ Sí  ̶ dijo Jose.

Israel escuchó las grabaciones, al llegar a la canción grabada por “Chide”, miró al techo y pidió ponerla de nuevo… Silencio absoluto, su rostro cambió, se puso adusto, yo palidecí, el aire estaba tan denso que se podía partir con un cuchillo, Jose nos picó el ojo a Rafa y a nosotros. Rafa alzó el pulgar sonriendo y dijo:

̶ ¿Está buena, verdad “Pollo”?

Israel con los ojos cerrados y muy pero muy serio, asintió y aprobó moviendo la cabeza, no muy convencido. Yo estaba helado del susto. El oído implacable de Israel no fallaba pero creyó en Jose y en Rafa y prosiguió la grabación. Gestos como esos hizo muchísimos “El Quevas”. Hay créditos en muchos discos que generosamente compartió con bajistas de planta de múltiples agrupaciones donde los líderes de los conjuntos lo llamaban para grabar a él, en desmedro del titular del grupo. Aprovechaba cualquier descuido y les daba su “mochito”, por eso lo quisieron y lo siguen queriendo sus colegas, por compartir con nobleza sus conocimientos, sus enseñanzas, sin egoísmos, sin zancadillas.

Posteriormente el visionario Rafa incorporó al Binomio de Oro a otro genio llamado Rangel “El Maño” Torres y se conformó la dupla más grandiosa en la historia del Bajo vallenato: José Vásquez y “El Maño” Tórres, “La Candelosa” la grabaron los dos haciendo figuras diferentes. No ha vuelto a pasar.

En el 2005 en la grabación del álbum “De nuevo con mi gente” de Diomedes Díaz en los Estudios de Galy Galiano, escuché al Cacique cuando le dijo a Jose: «A los demás músicos les paga la Sony, pero a usted le pago yo. Usted se arregla directamente conmigo». Lo abrazó. Diomedes reconocía a su estrella.

No es un asunto menor decir que grabó con el ídolo máximo del Reggaeton, Daddy Yankee.

Esporádicamente hablo con el maestro, es increíble su modestia, nunca saca pecho, no vocifera, ni se le siente ego alguno. Siempre exalta a los otros bajistas, admiraba mucho al “Maño”, su llave, su hermano. Estoy seguro que la historia le dará, más temprano que tarde, el sitial que se merece. Los que estamos en la música se lo reconocemos, se lo agradecemos, lo veneramos, lo respetamos. Espero que el público lo sepa, las autoridades, los dirigentes de los múltiples Festivales Vallenatos le hagan los reconocimientos y homenajes que se ganó con su talentoso ingenio y la maravillosa e inigualable destreza de sus dedos.

¡Larga vida al extraordinario José Miguel Vásquez “Quevas”, el más Grande Bajista de la historia de la música vallenata en el mundo! No hay nadie como él, es insuperable, majestuoso, inimitable, virtuoso, de esos que no nacen todos los días porque el creador tiró la toalla al crearlos y después botó el molde.

Porque pocos seres humanos son creadores de una Era, y yo, en mi opinión personal, ojo, muy personal, me atrevo a decir sin ánimo de ofender a nadie ni de crear polémica, que la Historia del Bajo Vallenato se partió en Dos: Antes de José Vásquez y Después de José Vásquez. (A. de J.V. – D. de J.V.)

Por JESÚS VIDES.

JOSÉ VÁSQUEZ PARTIÓ LA HISTORIA DEL BAJO VALLENATO: ANTES DE JOSÉ VÁSQUEZ – DESPUÉS DE JOSÉ VÁSQUEZ.
(A. de J.V. – D. de J.V.)

Por JESÚS VIDES.

Cuando los integrantes de la orquesta “Los Cumbancheros del Ritmo” de La Jagua de Ibirico (Cesar) fueron a Chiriguaná, más exactamente a La Estación a reclutar como nuevo bajista a un muchacho llamado José Vásquez, nunca sospecharon que estarían despertando al monstruo más grande de la historia del Bajo vallenato en el mundo. No lo imaginaron. Se lo arrebataron al gran Marcial Paba, baluarte de la música regional, con quien inició su carrera, y lo llevaron para La Jagua de Ibirico casi en silencio, sin ningún protocolo. Pero empezó la carrera más brillante en la ejecución de este instrumento en nuestro folclor.

Los Cumbancheros eran una de las pocas orquestas organizadas en la región y alternaban con cuanto conjunto vallenato exitoso existía. Se sentían orgullosos de su bajista, lo mostraban, lo exhibían, no se cambiaban por nadie. Pero la dicha no demoró mucho. Les tocó alternar con el maravilloso Calixto Ochoa, que era el número uno a comienzos de los setenta, algo así como el Diomedes Díaz de la época. Hasta ahí llegó la alegría de Los Cumbancheros. La misma noche que vio y oyó tocar a José Vásquez se lo llevó. Le hizo empacar su maleta para más nunca volver a vivir en Chiriguaná. Calixto es Calixto. Su oído no fallaba.

Los Cumbancheros en otra jugada extraordinaria volvieron a Chiriguaná por recomendación del mismo Jose (sin tilde para sus amigos), para llevarse a un niño de solo 14 añitos para reemplazar a Vásquez, tuvieron que rogarle a la mamá, la señora Sonia, para el permiso. El niño era Carmelo Galiano, “El Melo”, ¡nada más y nada menos que el exitosísimo Galy Galiano! Qué buena espalda la de los “Cumbancheros del Ritmo”, le dieron la patadita de la buena suerte a los dos más grandes artistas de Chiriguaná: José Vásquez “Quevas” y Galy Galiano. Benditos sean Los Cumbancheros.

Ahí se parte en dos la historia del Bajo vallenato: Antes de José Vásquez y Después de José Vásquez (A. de J.V. – D. de J.V.)

Siendo prácticamente un niño grabó su primer disco en 1972, increíble, una puya, con uno de los más grandes cantantes de la historia, Jorge Oñate y los Hermanos López. “La vieja Gabriela”. Qué valentía la de ese adolescente.

Inició rápidamente la Nueva Era, con Calixto, Alfredo Gutiérrez, etc., pero tenía que encontrar el sitio ideal para que ese inmenso talento se pudiera desarrollar con plena libertad, sin ataduras. Encontrar el grupo que se sintonizara con esa desbordante magia y ganas de tocar, que le diera la confianza, estaba atragantado, tenía miles de ideas en su cabeza y sus dedos necesitaban que los desataran. Y llegó lo que necesitaba… El Binomio de Oro. Ahí fue Troya.

Rafael Orozco e Israel Romero siempre se caracterizaron por su modernismo musical, su atrevimiento, su sabiduría experimental. Siempre iban más adelante que muchos. Eran creativos, atrevidos. Jose les llegó como anillo al dedo. Rafa lo bautizó “El Quevas”.

Siendo yo un imberbe escuché por primera vez a José Vásquez en el Bajo con el Binomio de Oro en el álbum “Enamorado como siempre”. Diciembre de 1978. ¡Santo Dios! ¿Qué es esto? ¿Es real? ¿Antes de ese disco yo no había escuchado un Bajo vallenato así! Busquen grabaciones anteriores y me cuentan…
El Bajo, antes de Jose con El Binomio, era básico. Lo que llamamos acompañamiento normal. Cuando escuché “La parranda es pá amanecé” quedé loco, cogí mi guitarra e intenté imitar ese Bajo. Era muy joven pero me dije: «Definitivamente no soy, ni seré bajista».
Busqué grabaciones anteriores y no existía ese tipo de Bajo. A medida que me adentraba escuchando todo el disco completo, cuando oí la canción “Mi mejor canción” y al final hizo unos silencios, dije: «¡Esto antes no lo había hecho nadie!». Rafa lo saluda en “Déjame quererte”: «¡Vaya qué sentimiento José Vasquez!» y el Bajo llora… en esa misma canción al final por primera vez en mi vida escuché tocar un Bajo “Guitarriado”, como llamamos jocosamente. Si antes de esa grabación lo oyeron, me informan por favor. Lo que Jose hizo en ese álbum hoy en día para algunos bajistas virtuosos tal vez es normal hacerlo, la cuestión es que antes no lo había hecho nadie. Él nos dijo con su instrumento: «¡Así es que se toca el Bajo en el vallenato!».

Empezaron grabaciones de todo tipo con diferentes agrupaciones que sería imposible mencionar, pero les cuento una anécdota personal que se grabó en mi mente. Iba muy joven yo manejando por la carretera vía a Sincelejo en una gira con Galy Galiano, escuchábamos el disco “Por amor” del exitoso grupo “Los Pechichones”. En la canción “Dime por qué lloras” exclama Marcos Díaz: «¡Y esto es clase, Bolañito y Vásquez!». Me tocó orillarme para retroceder el cassette. «¡Verga! (perdónenme la expresión), ¡se jodió esto!». Pregunta: ¿Quién lo hizo antes? En fin, en otras grabaciones doblaba el Bajo en diferentes canales, glisaba a nivel Dios, lo “penqueaba”, jugaba con las percusiones, con los pianos, con los acordeones, le daba sonidos inexistentes, etc.

Si sigo relatando cosas no acabaría nunca. Son cientos y cientos de canciones imposibles de enumerar. Su obra es tan grande que nos podríamos pasar la vida entera escuchándola.
Los invito a que lo hagan y entren al maravilloso mundo del Bajo Vallenato que tanta admiración ha despertado en todo el planeta.

A partir de la explosión sin límites de Jose con el Binomio, empezaron un sinnúmero de cosas sin precedentes tanto en grabaciones como en vivo. Ya era normal el grito de Rafa: «¡Quevas, Quevas!», o en la canción «El que espabila pierde», «¡Suéltale los cañones José Vasquez!», «¡Lloren guitarras!» en la canción de su autoría “Te seguiré queriendo”, porque Jose es tanto un excelente guitarrista como compositor. Su sencilla y sutil guitarra en “Dime pajarito”, todavía la exploran los guitarristas estudiantes de vallenato. En “Tu dueño” escuché por primera vez una guitarra de doce cuerdas en la música vallenata. Jose tocó el Bajo y la guitarra. Escuchen también “De nuevo en tu ventana”, “El Parradón”. La ‘barbaridad’ que hizo este extraterrestre en «Quise manchar tu alma» lo deja a uno boquiabierto. Es una delicia escuchar el Bajo en el álbum «Clase aparte» (lo escogí al azar) del Binomio de Oro. La lista con otros artistas es interminable. Grabó con todo el mundo.

Los duelos en que el acordeonero, en este caso Israel Romero, tenía con su bajista, los inició el Binomio de Oro. Era algo espectacular y en su momento, novedoso. Israel hacía una intrincada y rápida melodía en el acordeón y Jose la contestaba exacta en el Bajo. Luego Jose hacía una en el Bajo e Israel la contestaba en el acordeón.

Antes de eso, ¿quién? Rafa lo llamaba al frente y Jose mostraba su virtuosismo, su espectacular digitación, tocaba hasta el himno nacional. Por primera vez en la historia un bajista fue protagonista en una agrupación vallenata, su nombre: José Vásquez. Verlo en tarima es una maravillosa experiencia, es imponente, un superstar, lo más cercano a una estrella de rock. Confieso que me movía ir a los conciertos por ver tocar a Jose. Ahora, repito, ya es normal y se ve sencillo pero es porque ya el maestro dictó la cátedra. Hoy en día los alumnos, muy buenos por cierto, lo copian, lo siguen.

Nació el mito y los rumores se esparcieron como espuma por todo lado: «Lo quiere el Gran Combo, lo dijo Rafael Ithier en el Lobby del hotel El Prado, que quería ese espectáculo en su Orquesta». «Pastor López le propuso llevárselo pero Jose dijo que no era capaz de abandonar a Rafa». «Wilfrido dijo en el Festival de Orquestas que le pagaría lo que él pidiera». Etc., etc., un largo etc.

Hace poco un encopetado bajista de una encopetada agrupación vallenata se atrevió a decir: «¿Y qué fue lo grande que hizo José Vásquez en el vallenato?, ¡yo no lo veo!». Yo le respondo sin temor a equivocarme: «Señor bajista, si Jose no hubiera existido, tú estuvieras tocando el Bajo como “Calilla”. Muy bueno, pero básico. Eso hizo José Vásquez, te enseñó a tocar esa vaina».

Ahora tocan de manera excelente. Armonías perfectas. Digitación perfecta. Pero no están partiendo la historia. Es más y me parece bien: son de conservatorio. No hay nada malo en eso. Los escucho “demasiado perfectos”. No se atreven. No se salen del molde. Y no son protagonistas.

Conocí a Jose Vasquez en Bogotá en 1982 en los inmensos e históricos Estudios de Grabación Ingesón de la calle 24, los mejores que había en Colombia por esa época. Jose Vásquez invitó a Galy Galiano a la grabación del L.P. “Festival Vallenato” del Binomio de Oro, donde iban a grabar una canción de Jose titulada “Esa”. Galy me llevó.
Fue el cielo. Nunca había estado en un estudio de grabación y además iba a ver grabar a mis ídolos Rafael e Israel. No lo podía creer. Un niño en una juguetería, en una chocolatería, en el recreo; mis ojos no paraban de mirar la gigantesca consola, las grabadoras, los instrumentos, el mar de acordeones, mis músicos preferidos estaban allí. Si hay algo parecido al paraíso para un incipiente músico y compositor era eso. Una experiencia inolvidable.
Vi grabar a Jose su canción “Esa”. En tono menor, armonías refrescantes para la época, pedí a Dios Padre que congelara el tiempo, que no acabara. Grabó el Bajo de un tirón, después hizo el Bajo y las guitarras de otras canciones, con una sutileza magistral, estaba viendo desde un rinconcito al genio inmortal, a Miguel Ángel, a Da Vinci, a García Márquez, a Maradona, a Dostoyevski, para él, eso era normal, para mí no. Y ahí pude ver un lado que tal vez la gente no conozca del gran José Vásquez, su humildad sin límites.
En una pausa a la que le llamamos “break”, ante la ida de Israel fuera del estudio a tomar un refrigerio, rápidamente Jose dijo:
̶ Ven “Chide” grábate esta cancioncita antes que regrese Isra.
Alcides Tórres ni corto ni perezoso la grabó en un santiamén. Qué generosidad la de Jose.
Al regresar Israel preguntó:
̶ ¿Terminaron?
̶ Sí ̶ dijo Jose.
Israel escuchó las grabaciones, al llegar a la canción grabada por “Chide”, miró al techo y pidió ponerla de nuevo… Silencio absoluto, su rostro cambió, se puso adusto, yo palidecí, el aire estaba tan denso que se podía partir con un cuchillo, Jose nos picó el ojo a Rafa y a nosotros. Rafa alzó el pulgar sonriendo y dijo:
̶ ¿Está buena, verdad “Pollo”?
Israel con los ojos cerrados y muy pero muy serio, asintió y aprobó moviendo la cabeza, no muy convencido. Yo estaba helado del susto. El oído implacable de Israel no fallaba pero creyó en Jose y en Rafa y prosiguió la grabación.
Gestos como esos hizo muchísimos “El Quevas”. Hay créditos en muchos discos que generosamente compartió con bajistas de planta de múltiples agrupaciones donde los líderes de los conjuntos lo llamaban para grabar a él, en desmedro del titular del grupo. Aprovechaba cualquier descuido y les daba su “mochito”, por eso lo quisieron y lo siguen queriendo sus colegas, por compartir con nobleza sus conocimientos, sus enseñanzas, sin egoísmo, sin zancadilla.

Posteriormente el visionario Rafa incorporó al Binomio de Oro a otro genio llamado Rangel “El Maño” Torres y se conformó la dupla más grandiosa en la historia del Bajo vallenato: José Vásquez y “El Maño” Tórres, “La Candelosa” la grabaron los dos haciendo figuras diferentes. No ha vuelto a pasar.

En el 2005 en la grabación del álbum “De nuevo con mi gente” de Diomedes Díaz en los Estudios de Galy Galiano, escuché al Cacique cuando le dijo a Jose: «A los demás músicos les paga la Sony, pero a usted le pago yo. Usted se arregla directamente conmigo». Lo abrazó. Diomedes reconocía a su estrella.

No es un asunto menor decir que grabó con el ídolo máximo del Reggaeton, Daddy Yankee.
Esporádicamente hablo con el maestro, es increíble su modestia, nunca saca pecho, no vocifera, ni se le siente ego alguno. Siempre exalta a los otros bajistas, admiraba mucho al “Maño”, su llave, su hermano. Estoy seguro que la historia le dará, más temprano que tarde, el sitial que se merece. Los que estamos en la música se lo reconocemos, se lo agradecemos, lo veneramos, lo respetamos. Espero que el público lo sepa, las autoridades, los dirigentes de los múltiples Festivales Vallenatos le hagan los reconocimientos y homenajes que se ganó con su talentoso ingenio y la maravillosa e inigualable destreza de sus dedos.

¡Larga vida al extraordinario José Miguel Vásquez “Quevas”, el más Grande Bajista de la historia de la música vallenata en el mundo! No hay nadie como él, es insuperable, majestuoso, inimitable, virtuoso, de esos que no nacen todos los días porque el creador tiró la toalla al crearlos y después botó el molde.
Porque pocos seres humanos son creadores de una Era, y yo, en mi opinión personal, ojo, muy personal, me atrevo a decir sin ánimo de ofender a nadie ni de crear polémica que la Historia del Bajo Vallenato se partió en Dos: Antes de José Vásquez y Después de José Vásquez. (A. de J.V. – D. de J.V.)

P. D. : «Siempre tuve una contradicción con respecto a Jose;
No se si era más grande su talento o más grande su humildad».

Por JESÚS VIDES.

EL DÍA QUE SE LLEVARON LA PLAZA Y LA IGLESIA

La etapa más hermosa de cualquier persona es, tal vez, la niñez. Y si esa infancia ocurre en un pueblo pequeño, es probable que sea sana y llena de magia. Si a eso le agregas que vives en una casa grande con un amplio patio, lleno de árboles frutales, la niñez se vuelve inolvidable. Pero el hecho que más marcó mi infancia es que mi casa, la casa de mis padres, quedaba al frente de La Plaza, La Plaza de la Jagua de Ibirico (Cesar), ‘La Plaza Vieja’. Ese era el sitio histórico del pueblo, allí nació el pueblo. En el centro de La Plaza quedaba La Iglesia, la iglesia original de San Miguel Arcángel y al lado de esta, la pequeña Casa Cural, residencia del sacerdote. Según me cuentan, el primer cura que llegaba a oficiar misa cada ocho o quince días fue el padre Vega, después el padre Leandro, el padre Aragón y posteriormente, el padre Oñate «cosita linda», quien me bautizó en esa iglesia. En ella, se casaron mis padres. En esa iglesia se casaron los padres de las primeras generaciones de Jagüeros. Allí bautizaron, también, a los pioneros.

La casa de mis padres, el hogar donde me crie, estaba situada en la esquina suroccidental de La Plaza. En la esquina nororiental, estaban los viejos Adán y María de Giraldo, entrañables y cariñosos campesinos que siempre estaban con una sonrisa, unos viejos difíciles de olvidar. Al frente, estaba el viejo Leandro Suárez, padre de toda una dinastía en La Jagua; la tercera esquina, era la de Tomás Rodado y su señora Teresa Sandoval, esa casa solo la visité una vez, nunca entendí la razón. Tomás Rodado era el telegrafista, una persona muy importante, su hijo mayor era Fernando, el menor Jimmy y unas hijas muy lindas, por esa época, inalcanzables para nosotros los muchachos del pueblo.

En la esquina suroriental, estaban la casa de la viejita Marquesa Sierra, que era un solar amplio y de la forma como más me gustaban las casas: un terreno inmenso con la vivienda en el centro, se entraba por un portón y tenía antejardines, arbustos y árboles; me encantaba ir a esas casas y sentir su verdor. En la siguiente esquina, estaba la casa de mi tío Pacho Vides, hermano mayor de mi papá y en la siguiente, la vieja Chayo Cuadros, a quien no recuerdo viviendo allí sino junto a su madre Marquesa y a su hermano Martín Bayo. Chayo le alquiló, por esa época, su propiedad a las parejas conformadas por Rodrigo Zabala, dentista, mi prima Amelia y a los recién casados Betty Ochoa y Colón Quintana, uno de los carpinteros del pueblo. Esa casa fue el lugar de mi nacimiento, porque allí habían vividos mis padres años atrás.

Bajando por esa misma acera, y tomando de referencia mi casa, estaba la vivienda de Esther Torres y Luis Gonzaga Ortiz, quien la heredó de su madre, la vieja Eufemia, con sus hijos, mis amigos de infancia.

En la esquina suroccidental, se ubicaba la casa de la finada Vicenta, una casa sin puertas, con paredes de ladrillos sin empañetar y con piso de tierra, nos decían que su propietaria murió antes de terminarla y por lo tanto estaba deshabitada, motivo por el cual le teníamos miedo en las noches oscuras. La otra esquina, era la de Rosa de Armas, la señora de Gerardo Ortiz, el primer dentista que tuvo el pueblo (llegaba esporádicamente), padres de mis otros amigos de infancia y siendo Gerardo el papá del cantante Farid Ortiz con otra señora llamada Nieves Marín. Esta casa también me gustaba mucho, por ser parecida a la de su bisabuela Marquesita, pero, con corrales donde criaban chivos, cerdos, gallinas, terneros, etc., el movimiento de esa casa era extraordinario. Un estrecho callejón, los separaba de nosotros. Con los Ortiz de Armas hacíamos «contratas”, que consistían en darles, de vez en cuando, nuestro plato de comida a uno de ellos y ellos regresarnos uno de los suyos.

A mano izquierda de mi hogar, estaban nuestros queridos vecinos Machado Salazar y Lorenza Romero, la entrañable vieja ‘Loncha’, quien siempre me llamó cariñosamente Jesús Miguel. En la esquina noroccidental, se encontraban unos potreros, uno de ellos de la señora Paulita Cuadro que nunca se construyó. En mi hogar, mi padre Modesto ‘Mole’ Vides, mi madre Carmen Cano, mi prima Etelmira, en la primera etapa de mi infancia, y cuando esta se casó, mi papá trajo a mi prima Rosa ‘Cocha’, mi tío Aristides, quien jamás se bañó con agua del acueducto porque decía que era un «chorrito» y durante toda su vida caminó a las seis en punto de la mañana los casi tres largos kilómetros para bañarse en el río Sororia, en el puente. Esos eran nuestros vecinos en La Plaza. La Plaza era el lugar más hermoso que recuerdo de mi pueblo.

Allí estaba La Iglesia del pueblo, una pequeña iglesia sin cúpula, muy fresca, de paredes de barro blancas y gruesas, doblemente gruesa en la parte inferior porque estaba reforzada con unas molduras de piedras donde se subían los chivos de Rosa de Armas. Con unas gigantescas puertas de madera con remaches de hierro, techo de zinc de dos aguas, soportado en unas imponentes vigas, ventanas de barrotes, largas sillas de madera. Los principales santos que recuerdo eran Jesús Nazareno, Santa Bárbara y San Miguel Arcángel. Sentía una gran frescura al entrar. Su piso siempre estaba reluciente y pulido. Tenía un gran atrio en su entrada. Siempre fue custodiada por ‘la niña’ Máxima, tal vez la primera “monja” de oficio que tuvo La Jagua, toda una vida dedicada a la iglesia. De las vetustas paredes, probé la miel más deliciosa de mi vida, cuando extraían los paneles o «paracos» repletos de miel, elaborados por las miles de abejas que anidaban en La Iglesia. Cuando llovía, la muchachada nos bañábamos en los imponentes chorros, deslizándonos en los pretiles. Era todo un acontecimiento. Por ahí desfilaban matrimonios, bautizos, primeras comuniones, lecturas de bandos, procesiones, sepelios; hacían discursos políticos, desfiles de colegios, bandas de guerra, etc.

En las fiestas patronales, todo sucedía allí en La Plaza. Las ventas de todo tipo, la vaca loca, la pelota de trapo en llamas, gitanas exóticas leyendo la suerte, diversos desfiles; llegaban los circos y armaban sus carpas, «¡Vengan a conocer la niña más cabezona del mundo!», en fin, de todo. Uno de los fotógrafos que recuerdo era Ismael Vanstrahlen, porque era uno de los pocos que tenía cámara. Todo ocurría en La Plaza. La original orquesta Los Cumbancheros siempre tocaba en el atrio, mi papá ‘Mole’ Vides fue su primer cantante, algunos de sus músicos eran Nino Flórez, Beto Mendoza, Lacides Pinto, mi tío Manlio Ríos, Néstor Jiménez, Yayo, Miguelito Sierra, «Ñapita», dirigidos por el inolvidable maestro Miguel Sierra.

Llegaban, eventualmente, algunos vehículos con películas y las proyectaban en las paredes blancas de La Iglesia o de la casa de la vieja Eufemia. Todos los vecinos sacaban sus asientos, especialmente los niños, y nos aglomerábamos a ver cine en blanco y negro. También llegaban otros camiones, regalando objetos, como el camión del «Café Puro Almendra Tropical» que, a cambio de un número de papeletas de café vacías, entregaban ollas, jarras, pocillos, platos, etc., que, para un pueblo tan pobre, donde la mayoría de sus utensilios eran de totumo, esos regalos caían del cielo como algo maravilloso. Mi abuela Cándida era una experta cuidando y acumulando sus papeletas vacías de café como un tesoro para cuando llegara el camión.

La sola llegada de los vehículos era un acontecimiento casi fantástico porque en La Jagua de Ibirico eran muy pocos los que tenían carro. Nuestra infancia era muy divertida alrededor de La Plaza, esa Plaza con su magnífica Iglesia, una iglesia histórica, que a su lado tenía un campanario, dos postes altos de madera gris, unidos en la parte arriba, por uno horizontal más pequeño, de donde se sostenían las campanas. Las campanas eran tocadas por Checha Ortiz que también oficiaba de sacristán. Sonaban religiosamente a las seis de la mañana, a las doce del mediodía y a las seis de la tarde. También, en ocasiones, se escuchaba el triste réquiem anunciando que alguien había muerto. El campanario quedaba a mano izquierda de la iglesia y era respetado, simplemente amarraban las cabuyas en uno de los postes y nadie se atrevía a tocarlas sin autorización; era algo sagrado, eventualmente, él designaba a uno de sus hermanos para que lo reemplazara. Solo una vez en la vida pude tocar las campanas, el bueno de Chonte Ortiz, me dio un «mochito», un día cualquiera a las seis de la tarde. Imborrable para mi memoria.

En esa Plaza transcurría nuestra vida, jugando la lleva, la libertad, fútbol, trompo, la gallina ciega y demás, porque era una plaza cubierta, en su totalidad, por una extensa grama verde, natural, hermosa, lo que la convirtió en nuestro primer campo de fútbol. Ahí nos enfrentábamos con los del Mercado, los de La Plaza de Arriba, los de La Ye, la Calle Central, la Calle de los Cachacos, etc. Siempre éramos locales. Yo era muy pequeño, y simplemente veía jugar a los grandes. Recuerdo cuando ‘partían’ los equipos al ‘pico y pala’ o ‘pico y monto’ con los pies y el que ganaba, siempre escogía de primero a Lucho Parodi, el mejor jugador que había, quien valía por dos. «Lucho vale por dos». Pero, con el transcurrir del tiempo, le descubrieron una debilidad a los Parodi, Heberth y Lucho. Desde la calle arriba de la plaza, en su andén el viejo Pompilio, el papá, con el rejo en las manos, mirando para la plaza; y entonces, si el equipo atacaba de occidente a oriente, los contrarios decían: «¡Tírensela para la derecha! ¡Que ellos pa’ ese lado no cogen, porque el papá los ve y los jode!, allá está el viejo Pompilio». Efectivamente, siempre se frenaban en la mitad de la plaza. A la final, Lucho terminaba valiendo solo por uno, porque jugaba en la mitad del campo.

Me acuerdo, también, que era un trauma jugar en la plaza cuando mi tío ‘Pacho’ Vides se sentaba recostado en un taburete en la puerta de su casa porque siempre llevaba un machete en la mano y pelota que caía en sus predios, pelota que picaba, todo esto porque una vez recibió un balonazo en la cara. Y a mi tío Pacho, el viejo cascarrabias de la manzana, todos le teníamos miedo, al único que no le picaba los balones era a su hijo Zacarías, razón por la cual muchas veces había que esperarlo para jugar. La mayoría de las casas del pueblo tenían dos pequeños postes en las puertas de la calle para recostar los taburetes y todas las familias se reunían allí al anochecer, para charlar, escuchar cuentos, muchos de miedo, relatos, anécdotas y para hablar con los vecinos del diario acontecer. Las puertas permanecían abiertas, no había temor. No había gente extraña y si llegaba un forastero, se atendía sin recelo. Hubo gente que a veces por el calor dormía con las puertas abiertas de par en par. No es increíble, pasaba en La Jagua de Ibirico, Cesar, mi pueblo. Esas son cosas irrepetibles.

Con el tiempo crecí, ya hacía parte de los equipos, pero como no era muy buen jugador, siempre me dejaban en el arco, nos divertíamos bastante. Era el lugar del cariño, de la alegría, de las bromas, el jolgorio. A veces en el día (nunca en la noche) cogíamos la casa sin puertas de la finada Vicenta para jugar a los cabezazos con una pelota de letras, de caucho; dos muchachos, uno en cada puerta para hacerse goles solo con la cabeza. La Plaza siempre era un hervidero, pasaban niños vendiendo dulces de todo tipo. A veces, mi papá paraba al niño de las cocadas, nos llamaba a todos los que estábamos jugando y decía: «Cada uno coja una cocada» Se formaba el remolino. La felicidad era enorme. Eso era el cielo. Era La Plaza.

Mi hermano Ángel colgaba los fines de semana en nuestra pared frente a La Plaza, los paquitos de Kalyman, Tarzan, Batman, Superman, Mickey Mouse, etc., para alquilarlos, y ganarse algunos centavos. Venían grandes y chicos a leerlos. En La Plaza Vieja estaba el corazón del pueblo, había vida, sobre todo a la puesta del sol. La luz eléctrica, las pocas veces que funcionaba la planta, llegaba a las seis de la tarde y los niños estallábamos de alegría. En la esquina de los Ortiz de Armas, había un poste de madera gris con un bombillo en lo más alto, y desde ahí partíamos a jugar La Libertad y otros juegos hasta bien tarde. La luz se iba, puntualmente, a las doce de la noche.

Cómo no recordar a todos los que nos congregábamos en la adolescencia: Raulito Molina; Melchor, Alvarito, Luis José y Reginaldo, hijos del respetado finado Efraín Peralta; del sector de La Bomba, venían los hermanos Garrincha, Emiro y Nandito Daza; José María, Toño y Julio, hijos del maestro Nicolás Mejía; Rafaelito y Picapiedra, hijos de Rafael Mejía; Flower y Germán Ditta, de la vieja Olga; también los hijos de Dago De la Rosa, Daguito y Carlitos. De aquí de La Plaza, los hermanos Ortiz de Armas: Toba, Checha, Chonte, Cao y Quile, más dos hermanos de padre, Edgard y otro al que llamábamos «Lucho Pérez»; los Ortiz Torres: Lucho, Wilton, Wilmer y Wilder «El Chicho»; los Salazar: Remberto y Víctor Manuel; los hijos de la vieja Pura: Cristóbal, Malilo, Güeta y Artemio; Jimmy Rodado; Zacarías Vides; de otras cuadras cercanas, venían los Parodi: Heberth, Lucho, Roberto y Óscar; los hermanos Ada y Yiyo Aguas; Leovaldo y Jaime Charo, los hijos de Tato Maldonado; bajaban los Jiménez: Joche, Eddy y Dicho, hijos de la señora Arsenia; también «Miche», el gran goleador, hermano de Betty, y, por supuesto, mi aporte y el de mi hermano Ángel Modesto ‘Anastas’. Todos éramos hijos de La Plaza.

Las mujeres que vivían alrededor de la plaza eran: la hermanas Salazar, Clelia, Timotea, Diamantina, (iban y venían de Venezuela), Ruby, Reina, Gloria, Filla, hijas de Loncha; la bella Sonia Giraldo, uno de mis amores platónicos; Chemi y Camucha, de donde Rosa de Armas; Judith y Liney, la mayoría de los pelaos estábamos enamorados de ella, de la casa de la señora Esther; Blanca, Consuelo, Lucila y Nancy, las hermosas e intocables hijas de los Rodado; mis primas Amelia y Josefa de donde de mi tío Pacho; también mis hermanas Cándida, Luz Marina, Mildres, Eleides, mis otras hermanas estaban muy pequeñas. De las cuadras aledañas, recuerdo a Chila, Gloria, Sissy y Ana Mary Peralta, hijas de la niña Esther Restrepo y también a las hijas de Raúl Molina y Lucía Gutiérrez: María Andrea, Evis y Luz Mila.

Al lado sur de «Ocha» de Armas, vivía la vieja Quica Vargas, la matrona de esa familia. Hacia arriba pegada a la señora Marquesa, vivía Arsenia Sierra y al lado de mi Tío Pacho, hacia el oriente, cómo olvidar a la «niña» María Cleofe de Peinado, profesora, toda una institución en ese tiempo, con sus respetadas hijas, todas profesoras: Amira, quien falleció temprano, Edith, Carmencita, Ligia y el menor, un gran tipo llamado José Manuel Peinado, a quien mi papá llamaba «Chemani María Cleofe» y siempre se reía, nunca se molestó. Esa casa era grandiosa, me gustaba visitarla, la niña Mari me recibía con un cariño inmenso, la quise bastante, era una mujer entrañable. A pesar de estar muy pequeño en ese entonces, me dolió mucho cuando se mudaron para el otro lado del pueblo.

Muy de vez en cuando La Plaza quedaba sola y no se veía ningún niño, se los había tragado la tierra. ¿Qué pasaba?… Era que aparecía de repente ¡»El viejito barbón»!
¡Terrible!, los niños le teníamos miedo. Era un viejito bajito, con un larga barba blanca, mocho de una mano y que los mayores lo utilizaban para amedentrar a los indisciplinados, y el viejito limosnero a cambio de unas monedas, nos amenazaba con llevarnos si nos portábamos mal. Santo remedio. «El viejito barbón» iba de pueblo en pueblo haciendo lo mismo.

Mi separación con La Plaza empieza cuando terminó mi primaria en el Sagrado Corazón de Jesús de la muy querida profesora Luisa Ríos, el pueblo no tenía colegio de bachillerato. Mi padre tomó la decisión de mandarme a estudiar en el Nacional de Codazzi, esas separaciones son dolorosas y la verdad, añoraba siempre regresar a mi casa, a mi Plaza, ‘La Plaza Vieja’. Para el siguiente año, unos docentes y algunos padres de familia habían creado el Colegio Cooperativo de Bachillerato que solo tenía los dos primeros años de secundaria. La locación fue cedida por la generosidad del señor Juan Hernández, quien prestó de manera temporal los predios de la Caseta ‘Matilde Lina’ y allí cursé el segundo de bachillerato. Los salones eran hechos con divisiones de triplex. Su primer rector fue Efraín Arriaga, alguien a quien recuerdo como una persona demasiado estricta.

Estábamos a finales de la década del setenta, en La Jagua no había empezado la explotación minera, era un pueblo eminentemente agrícola, se conocía en Colombia como la ‘Capital del Arroz’, incluso teníamos sede de FedeArroz; los dirigentes del pueblo, por ser La Jagua corregimiento de Chiriguaná y, a la vez, una inspección departamental, solicitaron, tanto a la cabecera municipal como a la capital del departamento (Valledupar), la construcción de la sede del Colegio Cooperativo de Bachillerato. Quiero hacer énfasis en que mi pueblo tenía una población muy pequeña, casi todos sus habitantes eran nativos, era un pueblo pobre, pero pacífico y había extensos terrenos baldíos de propiedad de la nación y ese colegio se pudo haber construido en cualquiera de esos terrenos. Las delegaciones viajaban en búsqueda de la autorización, y el ultimátum de los jefes fue el siguiente: «La Jagua de Ibirico es un pueblo muy pequeño y no necesita dos plazas. ¿Para qué dos plazas? Con una es suficiente, así que el colegio se construirá en ‘La Plaza Vieja’».

Se tomó la errática e imperdonable decisión en lo que, para mí, es un crimen contra la memoria del pueblo, el patrimonio tradicional, histórico y cultural de La Jagua de Ibirico; cambiar su plaza original, el sitio donde inició el pueblo, la matriz, la raíz de toda la historia por un edificio de concreto. Fueron los días más tristes de mi adolescencia, empezó la demolición de La Iglesia Vieja y de su Casa Cural. En vez de haber hecho lo que se haría en cualquier lugar del mundo, la restauración y conservación de La Iglesia y La Plaza como patrimonio histórico, símbolos de nuestra cultura y tradición. Hoy esa Iglesia y esa Plaza serían los monumentos de mayor valor histórico y arquitectónico que tendríamos. Algo invaluable. Se dañó para siempre la calidad de vida de sus habitantes. ¿Se imaginan cómo sería La Jagua con su verdadera Plaza, La Plaza original? Tendríamos dos Plazas. Algo incomparable.

De nada valió el levantamiento encabezado por el viejo Flore Ávila, el curandero del pueblo, en contra de la demolición de la Iglesia Vieja. Las autoridades abusando de su poder le dictaron orden de captura y a Florencio Ávila no le quedó más remedio que huir hacia las sabanas de su parcela “Londres”. Duró casi ocho días durmiendo encima de los árboles. La comida se la llevaba una vez al día su sobrino Malilo y la contraseña era silbar. Se agotó de sus escondites arriba de los árboles y fue puesto preso. Sus seguidores se acobardaron cuando lo pasearon amarrado por el pueblo y hasta allí llegó la protesta. Ganaron los poderosos.

Llegó el fatídico y oscuro día. Llegaron las cuadrillas de obreros, voraces e implacables, con sus siniestras herramientas de ruidos ensordecedores, sus porras certeras, filosos picos, cortantes cavadores y palas hambrientas a demoler La Iglesia Vieja. Quitaron el techo, desarmaron las pesadas vigas de madera, sacaron clavos, redujeron puertas y ventanas, tumbaron las paredes, amontonaron las piedras, levantaron el piso, se llevaron todo. No quedó ni una grapa. Se la tragaron en un santiamén… a los pocos días no quedó rastro alguno. Era como si nunca hubiese existido. De un día para otro, ya no había Iglesia. La desaparecieron. Simplemente se murió. Qué fácil se borra la historia, de un brochazo. Los niños vecinos de La Iglesia lloramos, un llanto profundo y silencioso, una tristeza infinita, desgarradora, impotente, un dolor incurable en el corazón, un golpe en el alma, el alma de los pueblos que son sus niños, preguntábamos: ¿por qué se murió La Iglesia?…

Nadie respondió… silencio total. Los mayores no tenían respuestas. Estaban en un limbo, levitaban a causa del impacto y en el fondo, no sabían qué pasaba, si era cierto o era mentira. Todo transcurría como en un sueño, parecía irreal.

Días después empezaron a llegar los grupos de albañiles a hacer zanjas, mezclar cemento, echar cimientos, incrustar varillas, pegar ladrillos, atesar tornillos, clavar clavos, tender cables, enroscar bombillos, unir tubos, vaciar concreto, echar paredes, poner tejas, pulir vidrios, armar puertas, empotrar ventanas, para de una vez por todas, llevarse La Plaza para siempre, ante nuestras miradas melancólicas e impotentes y, a cambio, en «aras del progreso» regalarnos un Edificio de Cemento.

Los niños volvimos a preguntar: ¿a dónde se llevaron La Plaza?

Nadie respondió… silencio total. Tal vez mañana despertaríamos y estaría allí La Plaza, La Iglesia, El Campanario, La Casa Cural, la extensa grama verde… pero no fue así. Había que darle «paso a la civilización».

Nunca me pude recuperar de la muerte de La Iglesia y La Plaza.

En ese nuevo edificio, llamado, inicialmente, Colegio Cooperativo cursé tercero y cuarto de bachillerato, siempre con un dolor en mi corazón porque extrañaba mi Plaza, mi querida Plaza Vieja. Ya cuando abría la puerta de mi casa, no veía La Iglesia, ni el campanario, ni la grama verde, ni a mis amigos gritando, corriendo y jugando. Frente a mi estaba un edificio. Mi pueblo, para mí, jamás volvió a ser el mismo. Hoy ese colegio lleva dignamente el nombre de la gran y valiosa educadora Timotea Meneses, la inolvidable «Niña Timo».

Para terminar mis estudios, mi padre me envió a Bogotá a hacer quinto y sexto de bachillerato, lo que hoy se conoce como décimo y once, puesto que el Cooperativo no tenía licencia para esos últimos cursos. Nunca más volví a vivir en La Jagua de Ibirico.

Hace poco, un brillante dirigente de la nueva generación, se atrevió a asegurarle a un amigo profesor que: «esa Plaza y esa Iglesia nunca existieron. Son inventos de algunos Jagüeros que se las tiran de historiadores». Como va la situación puede llegar a tener razón porque cuando las cosas se olvidan es como si nunca hubieran existido. La mayoría de las nuevas generaciones no saben que existió La Plaza Vieja, que existió La Iglesia Vieja. La mayoría cree que La Jagua de Ibirico nació un 29 de diciembre ya que ese día en 1979 se elevó a la categoría de municipio. Nunca se celebra la verdadera fecha de la fundación del pueblo hace casi 300 años.

Una vez, me encontré con un amigo extranjero que me pidió indicaciones para llegar a Macondo que, según le habían dicho, era la Aracataca de García Márquez y yo le respondí: «Macondo no es Aracataca, Macondo no tiene ubicación ni en el tiempo ni en el espacio. Es cualquier pueblo del Caribe y tal vez, cualquier pueblo de Latinoamérica. Macondo es aquel lugar donde suceden cosas mágicas, increíbles, inverosímiles, irreales, que parecen de mentira, que todo el mundo las ve como inventos de la imaginación, cosas que cuando te las cuentan no las crees, porque no pueden ser ciertas, pero sí lo son, como por ejemplo, la que sucedió en el pueblo donde orgullosamente nací, La Jagua de Ibirico, Cesar, que es el único pueblo del mundo donde: se nos llevaron la plaza y nos trajeron un edificio de cemento».

(Jesús Vides)

ROMUALDO BRITO, EL COMPOSITOR DE COMPOSITORES…

Estoy sin palabras… con lágrimas en los ojos, después de hablar con la dra Indira de la Cruz, esposa y compañera de mi gran amigo y hermano del alma ROMUALDO BRITO. Me contestó desde el aeropuerto de Bogotá a punto de tomar el vuelo más doloroso, para ir al último encuentro con el amor de su vida. La llamé para darle un consejo espiritual y me lo agradeció bañada en llanto. Ahora lloro yo. Estoy inconsolable. Hace pocos días recibí la última llamada de mi compadre Romualdo. Me llamó para agradecerme por haber conseguido la participación de Galy Galiano en su gran proyecto de 45 canciones para conmemorar sus 45 años de vida artística. Un gigantesco álbum doble que contaría con la participación de las principales figuras de la canción colombiana. Yo le dije:

-Compa, para Galy es también un honor hacer parte de su disco. Usted es un grande, un juglar, una leyenda. No tiene nada que agradecerme.

Con su sonrisa habitual me contestó:

-Yo lo único que digo es que usted es mi padrino. Estoy contento porque a Galy le gustó la canción y me dió una cátedra sobre la música popular. Ese hombre sabe mucho. Vamos a hacerle unos ajustes al tema. Ya el proyecto está bastante adelantado. Van a estar los cantantes más grandes de Colombia. Hago este disco y me retiro. Va a ser un disco de catálogo.

Fue su última llamada. La vida desaparece en un instante. Inexplicable. Ya no va a estar más. Ya no voy a tener, con el maestro de maestros, esas largas charlas sobre música, sobre el Sayco de sus amores. Tantas Asambleas, escuchando tanta sabiduría, tanto éxito, tantas anécdotas, tantas correrías, tantos proyectos. Más de 1.000 canciones grabadas. Escuchen bien: ¡Más de 1.000 canciones, por Dios! Gracias ROMUALDO BRITO por haberme dado el privilegio de ser tu amigo, tu hermano, a veces hasta tu consejero espiritual. Gracias porque siendo uno de los compositores más exitosos de todos los tiempos, nunca perdiste tu sencillez y humildad. Pareciera que era normal para ti que tus canciones fueran exitosas. Nunca alardeabas de ello. Para ti era tan natural que te grabara Diomedes Díaz, Rafael Orozco, Poncho Zuleta, Martín Elías, Silvestre Dangond, etc., como también cualquier muchacho nuevo de cualquier pueblo perdido. ¡Grande, maestro! Gracias por haber venido a la insensata parranda en mi casa, el día que llegó recién nacida mi hija Lorena. Eterno por siempre maestro de maestros, compositor de compositores.

(Jesús Vides)

WILLIE SALCEDO, WILLIE SALSERO

-Oye, productor, dame un chance, quiero grabar contigo. Tú me conoces, ¡sabes quién soy yo! Jejeje…

-Claro, viejo Willie, tú eres un crack, una leyenda y el chacho de los productores. Tú tocaste hasta con Julio Iglesias. Grabar contigo será un honor para mí. Voy a aprender muchísimo a tu lado.

-Vas a ver que no te vas a arrepentir cuando ponga mi sabor en tus producciones. Yo soy de los pioneros y ustedes los nuevos deben untarse de nuestra experiencia. ¡Vas a ver, viejo men! Además tengo unas canciones bacanísimas. Escucha esto… es lo último que hice… mira el sabor del sonero, la salsa corre por mis venas, viejo Jésu, ¡escucha mi tumbao!

-Qué vaina pá bacana, mi hermano. Listo. Mándame tus canciones al correo, viejo Willie…

Fue nuestra última conversación. Se metió esta pandemia que nos encerró a todos y jamás lo volví a ver. Sus canciones nunca me llegaron. Todo quedó allí. Todo se olvidó.

Pero lo agobiante para mí es que un ser con esa energía eterna, una sonrisa también eterna, un huracán de proyectos, una vorágine total, una calidad musical maravillosa, un remolino de música, más sano que cualquier músico, tanta experiencia acumulada en miles de grabaciones, giras, conciertos, se haya ido así, sin más allá y sin más acá. De una familia donde parece ser que naciste predestinado para la música. Es increíble que se esfume la vida de personas que hacen parte de nuestro diario vivir, que creemos que siempre van a estar allí y que nos los encontraremos en los lugares habituales. Llevo años, pero años, tropezándome con Willie Salcedo en estudios de grabación, conciertos, teatros, Sayco, Acinpro, café/libros, etc. Ya no me lo voy a seguir encontrando. Ya no me va a contagiar su energía a mil por hora. Ya no podré grabar con él, como siempre nos prometimos aquí en la tierra. Ya no nos vamos a reír a carcajadas con sus últimos apuntes. Ya no nos vamos a abrazar como incontables veces nos abrazamos. Es lo incomprensible de esta experiencia llamada vida. Te prometo, viejo Willie, que si es la voluntad de nuestro Padre Azul Celestial, grabaremos tus canciones y tus percusiones en los estudios de grabación divinos, en la dimensión donde nos volvamos a encontrar. ¡Hasta pronto, «viejo men»…! (Jesús Vides)

¡CUANDO YO PIDO KOLA, ES KOLA!

Un lunes cualquiera del mes de febrero a mediados de los setenta, a las dos de la tarde, con un fuerte sol que irradiaba una temperatura de cuarenta grados, iba llegando a La Jagua de Ibirico, por la polvorienta carretera principal vía a La Palmita en su caballo bayo, Felipe Cadena, campesino ya entrado en años, adinerado, respetado y de carácter recio, esposo de la matrona Eusebia Barahona.
Entrando a mano izquierda estaba la única bomba de gasolina del pueblo, que a su vez era uno de los restaurantes más prestigiosos de la pequeña población, atendido por su propietaria la señora Olga Ditta, valiosa y trabajadora mujer. Sin bajarse del caballo, chorreando sudor a mares ya que su sombrero no era suficiente protección para el sol implacable, abrasador, y acercándose a una de las ventanas del restaurante, lanzando el dinero, Felipe gritó:

  • ¡Véndame una Kola!
  • Dame un momento, Felipe, ya te la busco.
    Olga abrió el enfriador y empezó a buscar la gaseosa entre las múltiples botellas heladas y no encontró la Kola Hipinto que era la que se vendía por esa época. Entonces tomó la decisión de sacar una Castalia casi congelada para calmar la sed del cliente.
    Cuando Felipe vio la botella verde en la mano de la propietaria, vociferó:
  • ¡Kola!
    La señora Olga sobresaltada soltó la botella dentro del enfriador y volvió a buscar afanosamente la famosa Kola. Por más que buscó y rebuscó, no la encontró. Compadeciéndose de su paisano, que jadeaba ante el abrasivo calor del quemante verano, tomó la decisión de ofrecerle una Uva Canada Dry, nevada por el congelador. Felipe iracundo volvió a gritar:
  • ¡Kola!
    La propietaria cayó en cuenta que por sus múltiples ocupaciones las gaseosas Kola Hipinto no las había metido dentro del enfriador y el sol les había pegado de frente durante todo el día. Además por esa época las canastas de madera de las gaseosas cubrían solo hasta la mitad de la botella. Al tocar las Kolas, estas le quemaron las manos, por lo cual trató de convencer a Felipe.
  • ¡La Kola está hirviendo Felipe, demasiado caliente, te va a hacer daño. No te la recomiendo, si quieres te pico hielo en un vaso para que no te vayas a enfermar!

El obstinado hombre del caballo, reseco y botando espuma por la boca, contestó:
-¡¿Y a tí quien te dijo que a mí gusta el hielo?.
Si a mí me gustara el hielo, cargaría una cubeta en la mochila, óyeme bien…! ¡Kola!

Ya los clientes del restaurante se habían aglomerado ante la curiosa y extraña situación esperando el desenlace. Les parecía inverosímil. Murmuraban, sonreían bajito y secreteaban entre sí ante el singular e increíble suceso, expectantes veían el desespero y la impotencia de la señora, que no encontraba cómo solucionar el problema. No le quedó más remedio que usar, para no quemarse, uno de los trapos de limpiar las mesas y tomar la Kola.
Al destapar la gaseosa, sonó como una explosión: ¡Bum!
El impacto era a causa del calor, los gases y el líquido hirviente. Entregó la botella al terco hombre que no se inmutó ante el candente vidrio; parándose la botella en la boca y prácticamente sin respirar, vació todo el contenido por su garganta, escuchándose solo, glu, glu, glu…
Agitado y marchándose en su corcel, exclamó:

  • ¡Cuando yo pido Kola, es Kooolaaa!

INDIRA: «la voz del Valle»

Llamarse Indira, cuando tu papá te puso ese nombre en honor a la gran Indira Gandhi, aparte de ser un privilegio es una gran responsabilidad, un reto y hasta de pronto una carga, depende de cómo se mire. Ese es el caso de Indira de la Cruz Ariño. Ella no ha sido inferior al reto y así lo entendió. Vallenata, nata del Valle de Upar, nació con el talento artístico natural de los Ariño para cantar como los Dioses. Empezó con la bendición de un grande como Rosendo Romero y por donde pasaba solo recibía elogios acompañados de una admiración producto de ese derroche mágico. Tal vez el espíritu de Indira Gandhi la llevó a hacer un alto en su carrera artística para estudiar Derecho y especializarse en Contratación Estatal, terreno abonado para una carrera política. Ya era abogada como Nehru, el líder Hindú héroe nacional y Padre de la Gandhi, hasta que fue rescatada para la música por su esposo y compañero de vida, el genial Romualdo Britto, toda una leyenda viva de nuestro folclor vallenato. De esa manera en el ambiente vallenato se vislumbró una nueva estrella de potente, carismática y hermosa voz, a tal punto que en mis viajes por el exterior la encontré sonando en Perú, Venezuela, Ecuador, México etc., con temas como: “Busca otro amor”, “Noche de lluvia”, “Ámame siempre”, ”Pertenece a ti”. En Monterrey (México) adoptaron a Indira como propia y aún me preguntan por ella, la extrañan… Un nuevo alto en el camino… Su carrera profesional, su hogar, sus hijos, en fin tantas cosas, en las que las mujeres de nuestra sociedad se ven atrapadas. Pasa el tiempo, es un tiempo sin Indira… Pero vuelve Romualdo, el amor de su vida, nuevamente al rescate y esta vez escuché de los labios de la propia Indira de la Cruz ¡Qué vuelve para quedarse! ¡Qué hay Indira para rato! Eso a nosotros sus seguidores nos llena de una inmensa alegría porque sentimos que ella es La Voz del Valle. Bajo la Producción Ejecutiva y Musical de Romualdo Britto, Indira nos presenta “SOLO CLÁSICOS” acompañada de inmortales acordeoneros como Emilianito Zuleta, Juan José y Almes Granados, Saúl Lallemand, Julián Rojas y los jóvenes Kalata Mendoza, Coco Zuleta, Neno Beleño y Carlos de Jesús Díaz; con aportes en la Producción Musical de Freddy Patiño, Luís José Griego y el admirable Carlos Huertas Jr. Es un recorrido por esas canciones clásicas, perennes, eternas, que llevamos siempre y por siempre en el alma, que muchos quisimos escuchar también en la voz de una mujer y que mejor intérprete que Indira La Voz del Valle. (Jesús Vides) P. D. Hace unos meses vi un video improvisado en las redes donde Indira cantaba «Sombra Perdida» acompañada al piano por la juglaresa y leyenda viva del vallenato, Rita Fernández Padilla. Me emocioné muchísimo e hice algo que nunca hago como Productor Musical… Llamar a cantantes y darles mi opinión. La llamé y le dije: – Indira, tienes que volver-, me respondió: – Ya lo había pensado, voy a volver!- Por eso hoy recibo con mucha alegría este regalo que nos trae Indira de la Cruz. Gracias Indira, el vallenato te lo agradece. (Jesús Vides).